Cuando Seiran abrió los ojos, la gran cantidad de luz que había en la habitación le obligó a cerrarlos de nuevo. Al principio, sentirse vivo le resultó extraño pues lo último que había experimentado antes de perder la conciencia había sido como un rayo atravesaba su cuerpo, sin embargo, el dolor había sido pasajero y ni siquiera la caída le había resultado tan fatídica como había esperado… Había recibido un golpe directo del Rey del Olimpo pero ¿Cómo era posible que hubiera sobrevivido? El chico intentó despertarse una vez más, esta vez, abriendo los ojos más despacio, parpadeando varias veces y acomodando su postura para esconderse un poco en el contraluz. Fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba tumbado al lado de alguien, de una persona de la que emanaba una cálida y agradable sensación que parecía restablecer su vitalidad así que, lentamente, Seiran se fue girando hasta dar con un detalle que reveló la identidad de aquel que le acunaba:
-
¿Ma-Mamá…?
-
Ah~ Así que ya estás despierto.
Aquella
voz provino del lado opuesto al que él estaba mirando pero no necesitó de mucho
más para saber de quién se trataba, la pronunciación de tales palabras solo
podía relacionarse con una sola persona:
-
¿N-Nekyia…?
Inquieto, Seiran se removió para encontrarse con la Reina del Inframundo pero puesto que lo hizo de manera más brusca, su movimiento despertó a Saori, la cuál no perdió tiempo en agarrar con más fuerza al chico, temerosa de perderlo. No obstante, al percatarse de que no había peligro, la diosa aflojó su agarre y otorgó al muchacho plena libertad para que mirase donde quisiera:
-
¿Qué hago aquí? – preguntó él, un poco confuso.
-
Echarte una siesta, chico; después de la batalla tenías que descansar un poco ¿no crees?
-
¿Es que... No morí? ¿No me atacó Zeus? ¿Dónde está papá? ¿Y tu amigo? ¿Has venido sola? ¿Cómo
están todos? ¿Hemos ganado?
-
Tranquilo, tranquillo, todoterreno. Para el carro. – Rió Nekyia de manera cantarina – Estás en
presencia de Atenea, un poco de respeto ¿no?
-
¡Oh, sí! ¡Claro! ¡Lo siento, yo…!
Pero
la voz del chico quedó acallada cuando la diosa acarició su cabeza con dulzura
mientras una sonrisa se dibujaba en su cara. Él la observó con cautela
descubriendo que aquella no era la misma persona que conoció en la fiesta del
Santuario; no, los ojos de la mujer que lo acariciaba no desprendían la fuerza
y letalidad que recordaba sino que más bien, reflejaban una delicadeza y pureza
que nunca antes había visto:
- Me alegra ver que estás sano y salvo, Seiran. – Le dijo Saori. – Tú nos salvaste, como todo un héroe.
- Entonces… ¿podría quedarme aquí, en el Santuario? – preguntó con cierto miedo. – ¡Como una compensación! No pediré nada más en mi vida.
- ¡Jajaja! Por supuesto. – respondió la mujer.
-
¿¡De verdad!? ¿¡Puedo quedarme!? – Saori asintió, feliz de poder contemplar la felicidad
de su hijo de primera mano – ¿Y papá lo sabe?
-
Tu padre ni siquiera sabe que estás despierto, chico. Anda, corre y dale la
buena noticia por ti mismo. – intervino Nekyia.
Como si el rayo de Zeus le hubiera contagiado la velocidad de sus relámpagos, Seiran se levantó de la cama en la que estaba acostado y, sin fijarse siquiera en los jirones que tenía por camiseta o los rotos de sus pantalones, salió disparado de la habitación como si realmente supiera donde encontrar a Seiya.
Las dos mujeres se quedaron
en silencio durante un momento, Saori desde la cama y Nekyia sentada en uno de
los elegantes sillones que la diosa de la guerra tenía en sus aposentos:
-
El “Hilo del Destino” ¿eh? – murmuró Saori.
-
Así habría sido si nadie hubiera interferido en mis planes. – Atenea miró a Hades, inquieta, de modo que Nekyia siguió hablando – No te preocupes, fue Rhadamanthys quien metió las narices donde no debía.
-
¿De qué estás hablando…?
Durante
un segundo, Saori cayó en la posibilidad de que el alma del Wyvern viviese
ahora en el interior del pequeño y que, con el tiempo, Seiran desarrollase
interés por el Inframundo. Sin embargo, la tristeza que atravesó el rostro de
Nekyia destruyó aquella posibilidad. Algo había pasado y estaba claro porque
Seiran estaba vivo mientras que Rhadamanthys no estaba allí cuidando de su diosa:
-
Usé el Hilo del Destino con Seiran para salvarlo del ataque de Zeus aunque eso implicara que se convirtiera en el nuevo Dios del Inframundo pero al menos... podrías seguir viéndolo, incluso por toda la eternidad.
-
¿Por qué, Hades? ¿Por qué salvaste a mi
hijo?
- Porque no pude salvar a los míos y porque, de esta forma, creo que pago por todos mis pecados del pasado... Cuando nos vimos por primera vez en la fiesta pude ver su final, al igual que ocurre con todos los mortales; pude ver su muerte y por eso sabía de la llegada de Zeus y de lo que ocasionaría que la identidad de tu hijo llegase a conocerse en el Olimpo. Por eso planeé a las espaldas de todo el mundo la manera de salvarlo sin levantar una sola sospecha contra mi persona
-
Pero entonces… ¿Dónde está…?
- Obviamente, el plan lo consulté con Rhadamanthys, Atenea. Él se opuso de inmediato y se ofreció a sí mismo como sacrificio para intercambiar las almas, estaba totalmente obcecado en que debía ser él quién perdiera la vida para evitar que el hijo de Atenea gobernase en un futuro el Inframundo, ya sabes~ Su odio trascendental hacia tu ejército y esas minucias que dominaban su alma.
Hubo un extraño silencio, tenso y dramático que Nekyia tuvo que romper al cabo de unos instantes para no dejarse llevar por la cantidad de emociones que había en su interior:
- Pero la única persona capaz de soportar un rayo de Zeus, era yo
pues ni siquiera mis espectros son tan poderosos como para sobrevivir a un
ataque así. Pero para callar las quejas de mi horrible guardaespaldas, acepté su sacrificio para que creyera
durante todo el tiempo que se sacrificaría por Seiran. Ah~ Estúpido Wyvern… también vio
a través de mi plan~... Comprendió, o supo más bien, que a la hora de la verdad no lo dejaría
sacrificarse porque conoce demasiado bien el alma humana que controla mi cuerpo.
Una
lágrima, la primera en la historia que Atenea presenciaba, resbaló por una de
las mejillas de Nekyia pero la diosa hizo caso omiso y continuó su explicación de los hechos:
- En el instante en que llevé a cabo el Hilo del Destino, Rhamanthys avanzó hasta mí y posó sus manos sobre mis hombros, consiguiendo que el ataque se trasformara en un hilo conductor en lugar de intercambiar nuestras almas. El rayo de Zeus entró en el cuerpo de Seiran justo cuando nuestras almas se desprendieron de nuestros cuerpos así que en lugar de producirse un cambio, todos los espíritus quedaron fuera de su alcance y volvieron a sus respectivos recipientes mientras que el ataque del Rey destrozaba el cuerpo del Wyvern…
Un nuevo y tenso silencio inundó la sala durante un momento que ni siquiera Atenea quiso interrumpir:
- El resto de la historia… puedes deducirlo, señorita Saori.
***
Seiya se encontraba sentado en la escalinata del Templo de Atenea, lugar que llevaba varios días cerrado así que el Caballero de Sagitario no se había movido de allí. Nadie era conocedor de lo qué estaba ocurriendo ni porqué la diosa había decidido encerrarse allí como si no quisiera saber nada del mundo y los únicos que entraron con ella en sus aposentos fueron Nekyia y en sus brazos, el cuerpo inerte de Seiran.
Desde
entonces, Seiya permanecía allí sentado, sin importarle el calor abrasante de
la mañana o el frío de la noche, olvidándose de beber o comer; solo estaba quieto, inmóvil, a la espera de noticias.
Elyn había sido la única que se había preocupado realmente de invadir su espacio y privacidad para hacerle la espera más amena por lo que, tras varios intentos de silencio absoluto como respuesta, Sagitario había terminado aceptando su compañía y conversación ya que, en el fondo, le resultaba imposible ignorar a alguien como Piscis Australis. Finalmente, Seiya consiguió vencer su negatividad y optó por preguntarle a Elyn cosas sobre Seiran, temeroso de haberle perdido para siempre, él le confesó que necesitaba saber del chico para tener el mayor número de recuerdos posible de su pequeño aunque fueran ficticios; pero Elyn no contrarió su idea a pesar de parecerle una locura, por lo que accedió a responder cualquier pregunta sobre el joven semi dios:
-
Cuanto más me cuentas… más me sorprende el hecho de que te callaras por tantos
años algo como esto. – sonrió Seiya, tratando de ocultar el dolor que sentía su
corazón.
-
Era todo un histérico ¡nos agotaba mentalmente! Su energía era inagotable – rió
Elyn, aguantando las lágrimas – ¡Y eso que solo era un mocoso ena…!
-
¡Papaaaaaaaá!
Acto seguido, tanto Seiya como Elyn se quedaron sin aliento mirándose el uno al otro; aquella voz, aquel grito… Solo podía pertenecer a una persona.
Lentamente, ambos se fueron dando
la vuelta mientras sus ojos se dirigían a lo alto de la escalinata del templo:
-
¡Holaaaaaaa! – exclamó Seiran mientras echaba a correr en dirección a su padre.
Sagitario
se puso de pie con los ojos abiertos como platos y el corazón latiéndole a toda
velocidad, incapaz de creer lo que estaba presenciando. Cuando el chico que corría hacia él, se saltó los últimos peldaños
de la escalera para abrazarlo, sus brazos se movieron por si solos para atraparlo casi al vuelo,
correspondiendo al gesto sin ser consciente de lo que hacía:
- ¿Qué haces aquí? ¿Qué has estado haciendo?
¡Estás todo rojo! ¿Te has quemado al sol?
-
¿E-Estás… vi…?
-
¿Vivo? ¡Sí! ¡Sí! ¡Claro que lo estoy! ¿Te alegras, papá? ¿Y tú, Elyn? ¿Elyn?
Aquellos
ojos azules, su voz incansable repleta de adrenalina, su cabello despeinado por
la impaciencia de llegar a tiempo a cualquier parte… Ninguno de los dos adultos
fue capaz de asimilar la repentina aparición de Seiran y mucho menos, que
tuviera la energía suficiente como para correr y parlotear de aquella forma:
-
¿C-Cómo es que estás…?
-
¡No lo sé…! Cuando me desperté estaba en los brazos de ma... ¡OH, SÍ!
¡PAPÁ, ¿SABES QUÉ? ¡ATENEA DIJO QUE PUEDO QUEDARME AQUÍ! ¡Mamá ya me quiere! ¡Ella quiere que
me quede aquí!
-
Ah~… Que insufrible... Elyn ¿Cuántos años dices que has estado cuidando de este monstruo ruidoso sin que nadie lo supiera? –
preguntó alguien más.
Australis y Sagitario descubrieron a Nekyia bajando las escaleras en compañía de Atenea,
ambas diosas mostraban cansancio en sus rostros pero no era nada que no se
solucionase con un poco más de descanso. Sagitario miró a su diosa, encontrando
la esencia de Saori en ella, aquella que sonreía dulcemente no era la deidad de
la guerra sino la humana que la representaba y que él, conocía desde la infancia.
No obstante, su mirar se movió hasta Hades, la mujer se tocaba las sienes
mientras su hijo se zafaba de él para lanzarse a la cintura de la Reina del
Inframundo:
-
¡Gracias por salvarme, Ma-Dam!
-
Ah~ no me hagas arrepentirme de esa decisión... Aprovecha y corre, hay mucha gente que
quiere jugar contigo.
-
¡Sí, sí! ¡Es verdad! ¡He pasado muchos días dormido! ¡Quiero jugar! ¡Elyn, ¿podemos jugar?!
¿Me enseñas de nuevo el Santuario?
Australis
asintió, el mero hecho de ver el mirar de las diosas le hizo sentir que era
mejor apartar a Seiran de la conversación que debían tener con Sagitario. Así
pues, tomó al niño de la mano y se marchó, recobrando la felicidad que Zeus
parecía haberle arrebatado.
***
Al
quedarse solos, y antes de que Nekyia dijese nada, Seiya se colocó frente a
ella y clavó una rodilla en el suelo:
-
No encuentro las palabras para agradecer lo que has hecho por mi hijo si es
cierto lo que dice… Por favor, mi señora, acept…
-
Arg~ Suenas igual que Rhadamanthys, Sagitario. – cortó ella, desviando la mirada como si fuera lo más repulsivo que hubiera visto nunca – Ponte en pie, no me
debes nada.
-
¡Pero la vida de…!
-
¡Oh, cállate! Deja de replicar, por las lágrimas de Atenea, y presta mucha atención: Seiran ha perdido su esencia de semi dios, ya no es más que un simple
mortal, así que ahora tendrás que protegerlo más que nunca... – Sagitario alzó la cabeza, un tanto asustado por lo que Hades había
dicho acerca de su hijo – Mi maravilloso plan no salió tan bien como esperaba por lo que el rayo de Zeus destruyó esa parte sobre humana que tenía tan especial~ Ah~ ahora carece de un cosmos divino que llame la atención por lo que el Olimpo cree que
Atenea vuelve a ser la de siempre y que la historia ha recobrado su curso... Menudos estúpidos~.
-
Entonces, ¿por eso él…?
- Por eso ahora Atenea puede velar por su vida, al igual que del resto de la humanidad. Ah~ No entiendo qué viste en él para enamorarte, señorita Saori. Que desastre de Caballero, es más tonto que las piedras.
Nekyia
le lanzó un guiño amistoso a Saori. Acto seguido, la Reina volvió a mirar a
Seiya de arriba a abajo y dibujó una media sonrisa:
- Tómalo como una forma de demostrar que realmente, puedo ser de utilidad al Santuario, Sei-ya. Salvar a tu hijo no era una tarea fácil y menos teniéndote en mi contra, pero… bien está lo que bien acaba ¿No es así, Rhada…?
Pero la
voz de Nekyia se detuvo antes de acabar la frase, recordando que a su espalda
ya no se encontraba el espectro que durante tantos aburridos días la había
acompañado. No obstante, y aún sabiendo que aquel lapsus había sido percibido
por los dos oyentes, disimuló y recobró su aire de arpía, de reina y señora del
Inframundo:
-
Disfrutad de la paz que Hades os ha regalado. – dijo como despedida para dejar
que los dos tortolitos se reconciliaran.
___
Días
después, por fin se celebró una nueva fiesta para celebrar los últimos
acontecimientos que habían producido en el Santuario: En primer lugar, el Olimpo dejaba de ser una
molestia que durante mucho tiempo, dejaría de amenazar La Tierra; en segundo lugar, Elyn fue
nombraba Patriarca para sustituir de manera definitiva a Harbinger por lo que
uno de los temas de conversación del encuentro fue si habría o no, una nueva
forma para dirigirse a la mandamás del sagrado lugar… Y finalmente, como última gran noticia, Vitani de
Escorpio fue elegida como la líder de los Caballeros de Oro, pasando por encima
de candidatos como Seiya, Ikki o Shiryu. El voto definitivo había sido gracias
a la propia Atenea que consideraba –entre otras muchas cosas– que la heredera
de la octava casa era la mezcla perfecta entre la efusividad de Seiya, la
lógica de Ikki y la templanza de Shiryu siendo así, la tercera mujer que conseguía en esa generación uno
de los mayores cargos del Santuario.
Nekyia aplaudió con cierta ilusión la decisión de Saori, Vitani había sido alguien a quien ella había vigilado de cerca desde su encuentro con la muerte y haberla visto crecer y convertirse en una guerrera de alto nivel la enorgullecía como si se tratara de uno de sus propios espectros.
Después de los nombramientos, Hades tomó su copa de champan
y salió al balcón del templo del Patriarca para pasar el resto de la noche
allí, sola, tal y como había llegado a la fiesta:
- ¿Por qué no me resulta raro verte aquí? ¿También te aburre la multitud?
Nekyia identificó rápidamente a Vitani a su espalda sin necesidad de girarse:
-
Ah~ Lo que sí resulta extraño es que a ti te moleste ser el centro de atención,
mi querida escorpiona. Felicidades por tu merecido nuevo título.
La Líder de los Caballeros de Oro se sentó al lado de la Reina del Inframundo, sonriendo de oreja a oreja en señal de gratitud por las palabras de Hades. Ambas
alzaron sus copas para brindar, era curioso
ver como las dos, siendo polos tan opuestos, conseguían llevarse tan bien
pues tal y como muchos decían, ambas eran divas, letales y seductoras como
las que más en sus respectivos campos:
-
He oído que salvaste a Seiran.
-
Habrás oído mal, querida. No tenía ningún motivo para ello.
Ninguna dijo nada más, las dos sabían la auténtica verdad de los hechos pero no vieron la necesidad de echárselos en cara. Al cabo de un rato, Escorpio consideró que era mejor volver a fiesta y dejar tranquila a la divinidad oscura. No obstante, antes de desaparecer totalmente, decidió expresar en voz alta un último pensamiento:
- Pink. – Sonrió Vitani, llamándola por el nombre que la diosa usaba normalmente en sus travesías por La Tierra – Eres buena, y te gusta serlo. Otra cosa es que no quieras aceptarlo.
En
soledad, Nekyia pensó sobre aquellas palabras. Como Hades, le parecía de lo peor el hecho de
haberse convertido en un aliado de Atenea, opinaba que era el peor acto que había
cometido desde su nacimiento como dios pero por otro lado… su interior parecía haber
aprendido tantas cosas que ya no se sentía como el Hades de siempre: ya no se
le hacía extraño lucir aquel cuerpo femenino, escuchar su
tono de voz o romper sus propias normas. Definitivamente se había convertido en un dios blando y repleto de misericordia, algo que desde los tiempos de la Era del Mito había repudiado con todo su ser:
-
Ah~ Ya ni siquiera se siente extraño tener ese tipo sentimientos. – Susurró al notar una
presencia a su espalda – ¿No es así… Rhadamanthys?
El
Wyvern se colocó frente a ella, inexpresivo y elegantemente vestido pero con algunas quemaduras
que asomaban por su cuello y las manos. Nekyia se puso en pie, dejando la copa de
champan a medio acabar en el banco donde había permanecido sentada, lo miró de
arriba abajo y sonrió de medio lado; después, avanzó hacia él con un atractivo
movimiento de caderas:
- Que desastre, Wyvern. Hasta nosotros hemos
caído en sus estúpidas costumbres.
-
Permítame negarlo, Madam.
-
Ah~ No disimules, sé que tu corazón también lo quiere~
Aquellas palabras, aquel tono.
“Maldita seas,
Rhea…” pensó Rhadamanthys pero Atenea había tenido un hijo con un mortal, no podía haber más
blasfemia que aquella así que ¿por qué seguir negando y huyendo de lo evidente?
-
Te dije que te esperaría, no importaba cuánto tiempo pasase. – dijo
Nekyia dejando libre por unos momentos la conciencia de la mujer que rondaba la
mente del Wyvern.
Y el resultado fue el mismo que aquella vez, un beso que trascendió en el tiempo y que reorganizó el destino de ambos. En su día, fueron una simple mortal y un guerrero sanguinario; ahora eran Hades y su más leal espectro... Rhadamanthys entendió entonces algo devastador: El destino estaba sellado en el firmamento, y su escritor era paciente como el que más, pues al final, todos avanzaban por el camino que él había decidido.
Se separó de Nekyia un instante, viéndola recobrar su esencia de Reina del Inframundo, tan bella y tan altiva como había sido durante muchos siglos su anterior señor. Una nueva era comenzaba pero para él, aquel detalle era irrelevante pues su rol de protector absoluto de Hades jamás cambiaría pero al menos, ahora, dejaba abierta la puerta a la esperanza tocado quizá, por las brillantes alas del pequeño hijo de Sagitario.