-
Sei…ran…
Fue
lo único que Elyn pudo susurrar al ver cómo el hijo de Seiya recibía el golpe
de Zeus en lugar de su madre. Parte de sus ropas se deshicieron en el acto por
lo que el relámpago quemó sin piedad el cuerpo del chico; durante unos eternos instantes, la parálisis absoluta reinó en el cuerpo de todos los que presenciaron el momento en que el hijo de Atena y Seiya se interponía para salvar a sus padres del brutal ataque de Zeus:
-
Menos mal… Llegué a tiempo…
Y
lentamente, el cuerpo alado del chico empezó a tambalearse mientras sus alas de luz
comenzaron a desvanecerse.
***
Ella cerró los puños y
golpeó el trono el que estaba sentada mientras en sus ojos se reflejaba la imagen de su fiel
servidor tirado en el suelo, fulminado por un ataque que no debía haber recibido. En otras circunstancias, Hades ni siquiera habría pestañeado
pero aquellos sentimientos humanos desgarraban su interior de la misma forma en
la que se sintió el báculo de Atenea en su último enfrentamiento. Debía haber previsto que el orgullo de Rhadamanthys habría ido más allá, que sus ideales lo terminarían motivando para hacer lo que era correcto y lo peor de todo, Nekyia debería haber previsto que su guardián no la dejaría llevar a cabo su plan:
“Estúpido Wyvern…”
***
Todos,
absolutamente todos los Caballeros de Atenea se pusieron en pie presos de una
ira que jamás se había percibido sobre la faz de La Tierra. Tanta, que Zeus dio un paso
atrás, sorprendido por el giro de acontecimientos. No obstante, el ver cómo aquella
cantidad de humanos resurgía de sus cenizas para enfrentarlo de nuevo no hizo
más que devolverlo a la realidad, si alguno de ellos creía que podía derrotarlo estaba
muy equivocado pues ningún mortal podría tocarlo y él mismo se encargaría de
demostrarlo:
-
¿Cómo… te atreviste…? – susurró Vitani.
-
¿…a tocar a alguien…?
-
¿¡…Tan puro como él…!?
Decenas
de guerreros de todos los rangos saltaron contra Zeus olvidándose de la
peligrosidad de los rayos del Rey. Todos se hallaban respaldados por el poder de la furia pero Zeus no necesitó más que cerrar los ojos para repelerlos de igual forma.
Elyn cayó al suelo una vez más, rebotando contra la tierra y los escombros pero las lágrimas de sus ojos junto a la ira más profunda, le impidieron comprender que se enfrentaban a un imposible. En su mente solo brillaba la sonrisa de Seiran, la inocencia de aquel chiquillo no había dejado de soñar que algún días sus padres lo abrazarían hasta quedarse dormido… y aquella deidad del Olimpo, por muy poderosa que fuera, pagaría el haber sesgado la vida del niño.
Australis se
puso de nuevo en pie, viendo de reojo como otros tantos la imitaban; sin
embargo, cuando sus ojos violáceos se posaron sobre Zeus con la intención de volver a tratar de golpearlo, descubrieron dos
cosas: la primera, era que aún quedaba un Caballero de Atenea a escasos centímetros del
Rey del Olimpo contra restando con su poder, el cosmos divino de su enemigo;
Seiya aún estaba allí, sin conciencia ninguna pero incentivado por el dolor de
haber visto como su hijo era atravesado por el poder del Olimpo. Y lo segundo,
fue saber que si aún permanecía allí era porque Elektra estaba usando todo
lo que le quedaba de energía para potenciar la de Sagitario aprovechando los restos
de la armadura de Caelum que aún había sobre ella:
-
El cosmos… – comprendió enseguida Elyn. – ¡Todo el mundo! ¡Concentrad vuestros cosmos en mí!
Sus
pies se movieron rápidos como el viento en dirección a Elektra. Si la fuerza de
los dos ejércitos caía sobre la pelirroja pondría en peligro su vida pero ella,
gracias al sumo control de la energía que poseía, sería capaz de canalizar todo aquel el
cosmos de mejor manera para que Seiya se encontrara con una fuente ilimitada de energía:
-
La esperanza… – dijo Elektra con un hilo de voz al sentirla a su espalda – Aún no hemos perdido la
esperanza, él sigue con nosotros, Elyn… No puede haberse ido... ¡Su esperanza sigue
iluminándonos!
Y así era, las alas de Seiran aún brillaban en los brazos de Atenea. La diosa acunaba al pequeño mientras de sus ojos brotaban las lágrimas desbordadamente, la angustia de la diosa podía sentirse pero mucho más, se podía percibir el cálido brillo de las alas del joven, brillando para que ellos pudieran seguir peleando contra el Rey del Olimpo.
Piscis Australis sonrió al ser invadida por la calidez de aquella luz. Al poco, dejó de sentir preocupación pues aquellas alas doradas reconfortaban su alma y le abrían un nuevo camino lleno de esperanza, ese era el cometido de Seiran, el arma más letal de los humanos contra los dioses y mientras esa energía estuviera de su parte, los aliados de Atenea serían incombustibles frente a Zeus.
Fue
entonces cuando el puño de Seiya traspasó la barrera telequinética del Rey de Olimpo y sus
meteoros golpearon el rostro de su enemigo en cadena. Aquello desbordó más aún la
fuerza de los que enfrentaban a Zeus, consiguiendo que el cosmos se hiciera mucho mayor y sobre pasaran con ello los límites del Omega y el octavo sentido, los guerreros estaban
convencidos de que el Rey pagaría por su pecado y serían ellos quienes
se alzarían victoriosos como siempre había ocurrido. El cosmos jamás se agotaría si era Seiya quien los
protegía.
Sagitario
movió de nuevo los puños, agradeciendo de forma involuntaria el cosmos
ilimitado que estaba recibiendo para enfrentar a su rival. Apenas
había empezado a conocer a su hijo cuando aquel miserable se lo había
arrebatado, pobre de él que probaría de primera mano la ira desbocada de
Pegaso. Zeus lo había privado de su nueva luz, de su nuevo camino de esperanza
y por ello, perecería allí mismo. La
cabeza del Rey del Olimpo sería la siguiente en caer pues si debía demostrarle
al mundo por qué era apodado “El asesino de dioses” aquel era el momento
perfecto. Golpeó a Zeus una y otra vez, sin saber exactamente los puntos que
presionaba ya que en realidad, le era indiferente, su único objetivo sería quemar el cosmos hasta que Zeus fuera derrotado.
El Rey cayó al suelo y temió por un solo instante que aquel monstruo mortal lo hiriera de gravedad, había algo en él distinto al resto de los humanos, algo aterrador que había despertado justo después de cometer el error de matar al hijo de Atenea. Zeus lo vio cargar su ataque canalizando el poder de más de un centenar de aliados que poseían su misma capacidad para generar milagros, dicho cúmulo de cosmos olía a muerte, a las puertas del Inframundo, él sabía que la muerte era algo imposible para un dios pero ¿hasta dónde llegaba el límite del poder de los humanos para generar milagros?
Iba a perecer allí… como todos los que había lanzado contra Atenea… ¿Cómo? ¿Por qué aquel mortal podía hacer frente a todo el mundo que osaba ir en contra de la diosa de la guerra? ¿¡Qué clase de arma eran los humanos!? A partir de ahí, Zeus no pudo pensar más pues Seiya alzó y encerró sin miramientos todo el cosmos que había sido capaz de concentrar en un solo punto para lanzarlo a bocajarro contra Zeus. El rey cerró los ojos y después, una aterciopelada voz resonó en el lugar:
-
Detente, Sagitario.
Zeus se topó entonces con el cuerpo de Hades frente al del guerrero. Su mera
presencia fue suficiente para que la energía que el humano sostenía se disipase y acto seguido, Seiya
cayera al suelo completamente inconsciente:
-
Ha-Hades… ¿Eres tú? – Preguntó Zeus, descubriendo por sí mismo que el cuerpo del dios del Inframundo
había cambiado demasiado aunque su esencia fuera la misma –...¡Vamos, deprisa! ¡Acaba con…!
-
Silencio. – Zanjó Nekyia, sus ojos también estaban repletos de lágrimas
pero la indiferencia en su voz contrastaba enormemente con aquella visión– Ya has hecho
suficiente. Lárgate de aquí, Zeus.
-
Pero he venido a castigar a Aten...
-
Sin embargo, has cometido un crimen peor que el suyo: has matado a su hijo y esa, querido hermano,
es una norma que tú mismo estableciste para cubrirte las espaldas. “En caso de
engendrar un descendiente impuro, no será la criatura quien pague por los pecados de
sus progenitores; en cuyo caso, si se ha de castigar a alguien, será a su madre. Si por el contrario, alguien osa dar muerte al hijo de un dios, éste será condenado a muerte sufriendo exactamente el mismo final que la víctima.” ¿No fue esa la ley que estableciste para salvar a tus
propios bastardos y a ti mismo?
-
¿¡Y cuando se ha llevado a cabo semejante blasfemia!?
-
Acaso ¿vas a negarme, a mí, ¡a la diosa del Inframundo! Lo que ha llegado a mis
tierras? He visto sangre de tu sangre en mi territorio, al igual que he visto mortales llegar al infierno con tu sello en el pecho por haber matado a tus hijos. ¡No oses mentirme a la cara!
- Pero ¿Por qué?... ¿¡Por qué ahora te pones del lado de Atenea!? - Exclamó Zeus, siendo incapaz de comprender lo que estaba presenciando.
Siempre, por los siglos de los siglos, Hades había ansiado derrocar a Atenea y quedarse con su territorio, y ahora que él lo necesitaba para darle caza... El dios del Inframundo tenía la desfatachez de interponerse en su camino. Inaceptable, algo como aquello era inaceptable.
- O te largas de aquí y dejas de meter las narices
en los asuntos de La tierra o pediré justicia con la ley en mano. Atenea, Poseidon y yo mismo,
nos desvincularemos del Olimpo si es necesario pero
deja la batalla aquí, has dado muerte a una deidad inocente, creo que eso es suficiente castigo.
El
Rey se puso en pie, sopesando las palabras de Hades. Aquel que podía
encender la llama de los milagros ilimitados había perecido bajo su rayo por lo
que los humanos volvían a quedar a la misma altura que antaño, ya no había amenazas y Atenea sufriría por el resto de su vida. Su hermano tenía razón y él estaba cansado
de los problemas de Atenea y la maldita Tierra, estaba harto de los humanos y sus
absurdos enfrentamientos así que finalmente, Zeus asintió y consideró que aquellos tres eran más que suficiente para entenderse, a fin de cuentas ellos eran los
apestados del Olimpo, aquellos que habían preferido vivir en otro territorio
diferente así pues ¿Por qué no olvidarlos por completo de una vez por todas?
Miró de refilón lo que había generado su rayo, una absoluta destrucción y desolación y eso que solo habían sido una decena de ataques, de haber ido en serio tanto él como Hades sabían que nadie habría sobrevivido pero su código de honor divino le obligaba a obedecer las leyes que él mismo había impuesto para no salir perjudicado en el futuro. Engendrar un hijo con un humano era una ofensa que a él se le había permitido montones de veces gracias a que sentenció que matar a una criatura por venganza hacia sus padres era un pecado mucho mayor…
Así
pues, cerró los ojos, dio media vuelta y desapareció junto con la tormenta que
había generado para llegar al Santuario.
[ Siguiente Capítulo ]