Las alas de la esperanza.

 

Seiran cerró los puños al ver a su padre partir hacia el Santuario portando la armadura de oro de Sagitario, dejándole atrás por la firme idea de que así estaría a salvo. A pesar de tener catorce años, y de aparentar mucho menos, Seiran había desarrollado la misma iniciativa que su padre para actuar y que frenaran en seco sus ilusiones era algo que lo enfurecía… Sin embargo ¿Qué otra opción le quedaba? ¿Cómo podía ayudar alguien como él en la batalla contra el rey del Olimpo? Seguramente tanto Atenea como Seiya tenían razón en mantenerlo apartado pero era tan difícil aceptarlo que incluso sus puños cerrados llegaron a sangrar de pura impotencia:

- Así que al final te ha dejado aquí ¿eh? No ha cambiado nada ese cabeza hueca…

El chico se dio la vuelta y encontró en lo alto del tejado de la casa a la persona que más le había enseñado sobre los Caballeros de la Orden de Atenea aparte de su tía Seika:

- ¡Marin! ¿Qué haces aquí? Creía que no te gustaba acercarte al Santuario.

- Y así es… pero la situación requiere de la inteligencia femenina sino queremos morir bajo el yugo del Olimpo.

- ¿También vas a luchar contra Zeus?

La antigua caballero de Águila negó con la cabeza y descendió del lugar desde el que había presenciado la despedida entre Seiya y su hijo. Hacía mucho tiempo que sus ojos no se cruzaban con los de su primer pupilo pero tampoco tenía interés en cambiar eso, en la batalla contra Marte se la había dado por muerta y eso le había dado una libertad que nunca antes había experimentado. Sí, había perdido a mucha gente importante por el camino pero el destino le había entregado una nueva oportunidad para vivir y además, había podido cuidar de Seiran de la misma forma en la que Shaina había cuidado de Koga:

- Oh no, yo no, pero tú sí.

- Pero... mi padre me dijo que me quedase aquí.

Marin se agachó para cruzar su mirada con la del chico, él y Seika eran los únicos humanos que pertenecían al Santuario que habían visto su rostro –y así seguiría por mucho tiempo– por lo que su conexión era tremendamente especial:

- ¿Y desde cuando le has hecho caso a los mayores, mi niño?

- P-Pero… ¿y qué haré allí? Solo soy un niño… solo soy…

- Eres un semi dios. – Cortó ella – Seiran, hay algo que ninguno de tus padres quiere aceptar y es que… Eres hijo de la diosa de la guerra y de la misma forma que ella, generación tras generación, ha sido encontrada por las batallas que ha tratado de evitar bajo la piel de una humana… Tú también lo sufrirás. Por mucho que ellos quieran que huyas o que te alejes de la lucha, Zeus o cualquier otro dios llegará a ti tarde o temprano.

- ¿Y qué puedo hacer, Marin? Tú y la señora Nekyia decís que soy un semi dios pero ¿Qué hago? ¿Cómo puedo luchar junto a mi padre y salvar a mi madre? ¡Marin tú sabes que siempre quise estar con ellos, no puedo perderlos ahora!

Las manos de la mujer se posaron sobre los hombros del chico, calmando así su nerviosismo; en ningún momento cortaron el vínculo que los unía a base de mirarse a los ojos y así, poco a poco, Seiran se tranquilizó y aguardó con paciencia a que ella le guiase como siempre había hecho:

- Vuela, mi niño, tú eres la personificación de la esperanza. Gracias a la esperanza la humanidad tiene el poder de destruir a los dioses, tu padre es la prueba de ello y solamente tú puedes motivar y dirigir ese poder, no es necesario que hagas nada, es tu mera presencia lo que genera esa fuerza en todo aquel que te mira y es por eso que el Olimpo no te quiere con vida.

- ¿Por qué, Marin? ¿Por qué no puedo vivir con mi mamá?

- Porque gracias a la esperanza, gracias a tu poder, los humanos pueden conseguir la única cosa que los dioses no. – la mujer calló un instante esperando a que el chico descubriera por sí mismo a lo que se estaba refiriendo.

- Los milagros…

- Durante muchos años, los humanos han sido capaces de conseguir lo imposible gracias a los milagros… Imagina su poder si son liderados por un cosmos divino que potencie más aún sus creencias, por eso eres su claro objetivo, mi niño.

- Pero... ¿tú me estás diciendo esto porque te influye mi poder? ¿Crees en mi porque puedo potenciar tu esperanza?

- Creo en ti porque eres el hijo de Atenea pero sobre todo… Porque eres el hijo de Seiya, mi niño

Acto seguido, Marin besó la frente del chico, sellando con sus labios el destino que había sido reservado para el hijo de la diosa de la guerra. Seiran cerró los ojos mientras el cosmos de Marin fluía para darle fuerzas, quizá el valiese para incentivar el poder de los demás pero solamente había una persona en la tierra en aquel momento capaz de motivarlo a él. Al abrir su mirar de nuevo, giró su cuerpo y encontró a su tía Seika presenciando la escena desde el marco de la puerta de su nuevo hogar. Sus ojos azules le transmitían una sola pregunta y Seika, al observarlo un instante, terminó por asentir, dándole permiso para acudir a la batalla.

El chico dio un paso atrás e inspiró para reunir todo el poder de la naturaleza que había a su alrededor, canalizó su cosmos, el de todos los seres vivos y dejó que se materializara en aquello que tan solo había mostrado una vez.

"Vuela, Seiran. Vuela y protege a la humanidad." pensó Marin, observando como el pequeño acudía a hacer frente a su destino.

***

- Las alas de la esperanza… – susurró Nekyia al contemplar al chico volar hacia el Santuario. Unas alas de luz que afectaban incluso a través de la bola de cristal de su nuevo cetro – ¿Qué has decidido hacer al final, Rhadamanthys?

Sus ojos se deslizaron sutilmente y se clavaron en los de su subordinado, quien la observaba desde unos pasos más al frente. Ellos habían planeado muchas cosas a lo largo de los años pero nunca algo que los distanciara de aquella forma; por primera vez en la historia, el rey del Inframundo había sido contrariado por uno de los tres jueces del Infierno y su insolencia no había sido pasada por alto pero ahora, con el corazón en un puño y afectado por la esperanza que desprendía Seiran, Nekyia se veía en la tesitura de preguntar de nuevo y de aceptar, fuera cual fuera, el resultado final. Por sorprendente que parecieron, ellos dos habían experimentado exactamente la misma discusión que Sagitario y Atenea unos días atrás:

- Como ya os dije en su momento, Madam, haré lo que sea que me ordenéis. Eso no ha cambiado en absoluto, ni lo hará ahora ni nunca.

Nekyia cerró los ojos maldiciendo lo débil que podía ser por culpa de haber fusionado su alma con un cuerpo humano. Las emociones de los mortales le afectaban ya demasiado haciendo incluso que los deseos del pasado le torturasen sin descanso, en silencio maldijo el momento en el que al Wyvern se le ocurrió salvarlo usando aquella técnica.

“Ah~ Rhadamanthys~”  pensó con lástima “¿Por qué lo haces…? si ni siquiera es tuyo.”

“Porque no es justo. Y ambos lo sabemos, Madam. No tema. Es usted quien me enseñó que no hay que temerle a la oscuridad. Todo irá bien.” Respondió el Wyvern, comprendiendo su dilema.

Fue entonces cuando la diosa del Inframundo recobró la compostura y encerró sus miedos. Desde el día en que cruzó su cosmos con el de Seiran había tomado una determinación y había planeado minuciosamente una solución de la que nadie, salvo su más cercano servidor, sabía nada. Pero requería demasiado sacrificio, uno tan grande que la duda aún corroía su corazón. Nekyia dudaba, dudaba de poder soportar lo que estaba a punto de entregar por salvar la vida del descendiente de la que había sido su mayor enemiga.

***

Elyn se levantó a duras penas del suelo con todo su cuerpo magullado y dolor en cada uno de sus huesos provocándole una agonía casi imposible de superar. Miró a su alrededor perdiendo la cuenta de cuántos guerreros había en su misma situación: Caballeros de oro, plata y bronce, daba igual la generación, todos caídos por la fuerza de Zeus… Marinas y el mismísimo Poseidon caídos de rodillas ante la ira de los relámpagos del Rey del Olimpo. 

Y sin embargo ella solo pensaba en ponerse en pie al igual que Seiya lo había hecho una y otra vez. Ninguno de sus ataques tenía la fuerza suficiente para abrir paso a guerreros más rápidos para que luchasen contra Zeus pero todos debían seguir peleando hasta que su cosmos se agotara… Vitani, Sira, Ikki o Shion, todos habían sido derrotados en aquella batalla sin contar con que todos los Caballeros de Oro también habían perdido sus fuerzas. Atenea ya lo había previsto, ya había presagiado que ni contando con los tres dioses de la tregua y sus respectivos guerreros unidos podían asegurar una victoria pero nada había sido tan devastador como enfrentarse a la realidad, si aún con ella ataviada con su armadura sagrada no había solución ¿Cómo podían continuar peleando? Por otro lado, si se rendía ahora… ¿Quién salvaría a Seiran? ¿Quién salvaría a la humanidad y al último rayo de esperanza?

- Que insolencia tan grande, Atenea… – dijo Zeus observando a los dos ejércitos derrotados – Y qué vergüenza por parte de Poseidon el interponerse entre nuestra conversación… No obstante, no entiendo cómo han podido caer todos aquellos que he mandado para destruirte cuando tu nivel de lucha está a la altura de un insecto.

- Detén esta masacre, Zeus – pidió Atenea en un desesperado intento de salvar al Santuario. Soltó sus armas y se despojó de su armadura divina esperando que con ello, el rey se apiadase de ellos aunque lo único que Elyn pudo pensar fue que aquel que se atreviera a salvarla de un ataque directo moriría sin remedio – Vienes a por mi cabeza ¿no es así, Zeus? Tómala... pero deja a la raza humana libre.

- Oh no, Atenea… Vengo a por más que eso. Ha llegado a mis oídos que has cambiado el destino de la historia y que diste a luz al hijo de un mortal… He venido a cumplir tu deseo, ha decirte yo mismo que has molestado tanto al Olimpo que esta vez dará igual que te sacrifiques. Tomaré tu cabeza, no te preocupes por ello, pero después les arrebataré la vida a todos los humanos y criaturas que habitan en La Tierra para compensar tu atrevimiento. Se acabó, Atenea. Este será tu fin.

- Tendrás… Que pasar… por encima… de nuestro cadáver… Zeus. Retó Seiya.

Una mirada bastó para lanzar al osado Caballero de Sagitario lejos de la protección de Atenea haciéndolo chocar brutalmente contra las columnas de un templo cercano, aquel que había sido apodado “El asesino de dioses” y que había sido una lacra desde que el destino de la armadura de Pegaso se creó en la Era del Mito era algo que también trataría el Rey del Olimpo a su debido tiempo. Zeus estaba cansado de aquella sarta de mentiras, de la osadía de Atenea y de todos los que acababan perdiendo frente a ella. Finalmente, se había tenido que levantar del trono y acudir él mismo en persona para darle caza:

- Tú irás después, humano – le dijo a Seiya – Pagarás caro el profanar el cuerpo de una diosa.

Pero el guerrero no estaba dispuesto a escuchar, tampoco cuando Atenea intentó detenerlo para que dejase de intervenir al pasar por su lado tras dejar atrás los escombros que lo había sepultado por unos momentos. Seiya se deshizo del roce de la diosa y continuó caminando a duras penas hacia Zeus, su corazón combatiente no aceptaría una derrota así que El Rey decidió terminar con la situación pues al fin y al cabo, le era indiferente el orden en el que el ejército que lo enfrentaba cayera en sus manos:

- Es una pena que tu obsesión por los humanos haya llegado tan lejos pero así son las cosas. Despídete de todo cuanto conoces, querida Atenea.

Un rayo llegó a la mano del Rey, una ráfaga de luz azul que iluminó a todos los allí caídos sin importar la armadura que portasen. 

Nadie podría sobrevivir a un impacto directo del dios del trueno. 

Elyn tragó saliva comprendiendo que su cuerpo jamás se movería para recibir aquel golpe en el lugar de su diosa o Seiya, de modo que tragó saliva y enfrentó a la muerte que los atravesaría en forma de relámpago.

Zeus lanzó su ataque y entonces, el tiempo pareció detenerse en el instante en que la luz quedó atrapada en el cuerpo de un joven alado que apareció de la nada.

[ Siguiente Capítulo ]