- ¡N-No se preocupe, mi señora Atenea…! – se disculpó Seiran agachando la cabeza en
señal de respeto – Si mi presencia aquí pone en peligro su vida o la del resto
de habitantes de La Tierra… m-me marcharé, n-no tengo problema en…
-¡No
puedes estar hablando en serio, Saori! – interrumpió Seiya, como de costumbre.
-
La humana que buscas no va a opinar sobre esto, Sagitario.
-
¿QUÉ ESTÁS DICIENDO? ¡NO PUEDES MANTENERLA AL MARGEN DE ESTO, ATENEA! ¡ES SU HIJO! No
puedes alejarla de algo como...
- Cuida ese tono al dirigirte a mí, Caballero de oro – zanjó la diosa de manera desafiante para imponer su cosmos por encima de los presentes – pero solo por esta vez, me tomaré la molestia de explicártelo de mejor manera para que tu cerebro humano lo pueda comprender: Saori Kido ha manejado todas y cada una de las batallas a las que os habéis enfrentado en mi nombre, y estoy satisfecha con su trabajo pero una batalla contra el Olimpo es demasiado incluso para nosotros, los tres dioses de la tregua y nuestros respectivos ejércitos. Ni uniendo mis fuerzas junto a Poseidon y Hades podría asegurar una victoria frente a ellos, así que no pondré en peligro a la humanidad por un error cometido por haber bajado la guardia una sola noche. Lo lamento por ti, por Saori y el chico, pero esto es algo que yo como diosa debo manejar antes de que todas las vidas que se han perdido hasta ahora se conviertan en un vano sacrificio.
-
¿Y renegarás de tu propio sangre para ello? Este chico lleva tu sangre divina te guste o no. Si haces consientes que se marche, le estarás dando la espalda. ¿Es eso lo que quieres?
-
Así es.
El silencio se hizo de nuevo en la sala y en aquella ocasión ni siquiera Nekyia quiso intervenir pues una dolorosa punzada atravesó su corazón por culpa del rechazo de Atenea hacia su propia descendencia.
La presentación de Seiran de
repente había divido a la diosa de su más fervor servidor y sus ideales
chocaban por primera vez en la historia. Atenea y el caballero de Pegaso,
unidos por el destino desde la Era del Mito se enfrentaban bajo el techo del
Templo del Patriarca:
- Espero de todo corazón, Atenea… que reconsideres tu posición una vez pienses fríamente lo que acabas de decir. – dijo Seiya colocándose a la altura de su hijo mientras pasaba un brazo por encima de sus hombros para atraerlo hacia sí – pero te juro por mi honor de Caballero de Oro y por mi antiguo vínculo como Caballero de Pegaso… que si le das la espalda a tu hijo, yo mismo te declararé la guerra.
En
aquel instante, Seiya se dio la vuelta llevándose a su hijo consigo, el más
leal de los Caballeros de la orden de Atenea abandonó el lugar sin mirar atrás,
abrazando al pequeño que había llevado allí con la ilusión de presentárselo a
todo el mundo y poder compartir su desbocada alegría con toda su gente, pero la
desesperanza lo había atravesado sin previo aviso creando en su corazón una brecha que no sabía
si llegaría a sanar algún día.
***
Seis
días después, Seiran abrió la puerta de su nueva casa, mucho más lejos del Santuario, después de escuchar unos
ligeros golpes en la madera:
-
¡Papá! – Exclamó con una sonrisa de oreja a oreja – ¡Has venido! ¡Vamos pasa,
ven aquí!
Algo
tímido, Sagitario se dejó arrastrar por el enérgico jovenzuelo hasta entrar en
el salón de la casa. Sin embargo, su felicidad se vio truncada una vez más por culpa de Hades. Allí, sentada y
ataviada con su típico vestido de terciopelo púrpura se encontraba Nekyia mientras que a su
espalda se hallaba Rhadamanthys. El espectro clavó su dorado mirar en él, tenso y dispuesto a enfrentarlo si osaba arremetar contra ella a pesar de saber que la diosa del
Inframundo se hallaba concentrada en el aroma que desprendía la taza de
té que Seika le había ofrecido:
-
¿Qué haces tú aquí? – le preguntó Sagitario sin el más mínimo respeto.
- Quería informar a tu hermana de lo sucedido hace unos días en el Templo del Patriarca y del porqué su sobrino
decidió finalmente mudarse a otro lugar en ve de en el Santuario porque
al parecer… ese diablillo prefirió callar el verdadero motivo.
-
No hables como si le conocieras.
-
¿Acaso tú puedes opinar mejor de él? – Seiya dio un paso al frente ante la
provocación pero la mano de Seiran detuvo su avance mucho antes de que Rhadamanthys se interpusiera entre la deidad y el mortal.
-
¡No, Papá! Por favor, no te pelees con ella… La señora Nekyia vino en son de paz.
-
Jamás confíes en Hades, hijo.
-
Empiezo a cansarme de tu insolencia, Sagitario – dijo ella poniéndose en pie
– y eso no lo ha conseguido ninguna criatura en la historia.
-
Entonces ya llevo un pleno con el Inframundo ya que ningún mortal había conseguido llegar a los campos
Elíseos para acabar contigo hasta que aparecí yo.
Nekyia
afiló los ojos mientras sus irises eran cruzados por un rayo de ira. La mujer apenas
necesitó dar un par de veloces pasos hacia el frente para coger a Seiran por un
brazo sin que Seiya pudiera reaccionar a tiempo, deslizó al joven entre sus brazos como
había hecho en el templo del Patriarca y con un leve chasquido, tiró de un
invisible hilo que brilló en el instante en que emergió del cuerpo del pequeño:
-
Hablemos en tu idioma, miserable criatura. Este es el hilo de la vida de tu
hijo, esto que ves es lo más débil que existe en todo el universo y ante el más mínimo movimiento quedará separado de su cuerpo indicando que la combustión de su cosmos ha llegado a su final, si se desliga definitivamente, tu hijo morirá y ni siquiera yo podré remediar semejante
destino. – escupió la mujer con un tono despectivo que heló la sangre de los
presentes – Tienes una hora para volver al Santuario y traer la cabeza de
Atenea, de lo contrario, si en sesenta minutos no has regresado o se te ocurre
la alocada idea de lanzarte contra mí o mis espectros, separaré por completo el
hilo de la vida y se acabará el problema con el Olimpo y tus dilemas de
moralidad. Ah~ Ahora dime, Sagitario. ¿Qué harás por salvar la vida de tu hijo?
- Sabía que no eras más que una traidora...
- ¡NO ESTÁS EN POSICIÓN DE RETARME, SAGITARIO! Y si tan falsa te resulta mi manera de actuar con vosotros, los mortales, no te atrevas a provocarme una vez más o ya sabes quién sufrirá las consecuencias.
Aquella
situación había llegado tan deprisa que Seiya fue incapaz siquiera de respirar, el
miedo que recorría su cuerpo era tal que las piernas no le respondían ni podía pensar en otra cosa que no fuera cumplir con las órdenes de
Hades. Sin embargo, antes de decidir nada más, Nekyia se relajó y devolvió el hilo dorado a
su lugar en el interior de Seiran. Acto seguido, se sentó en la misma silla que minutos
antes había abandonado presa de la furia y aguardó a que el joven recobrara la conciencia. Apenas unos segundos después, Seiran abrió los ojos un tanto desorientado pero no necesitó de mucho más para incorporarse y acudir al lado de su padre otra vez. Aún con las manos
temblorosas, Sagitario acunó a su hijo entre los brazos:
- Ahora, Sagitario, imagina que esta misma escena fuera protagonizara por Zeus, que aquella que
debe tomar la decisión es Atenea y que la petición consiste en intercambiar la vida de este
chico a costa de toda la humanidad. Dime ¿Qué crees
que haría tu diosa en tales circunstancias?
Seiya
pensó, quizá por primera vez, en aquella posibilidad:
-
No es necesario que respondas, tus actos han hablado por sí solos: tú no
has barajado la posibilidad de enfrentarme sino de obedecer sin rechistar. Entonces, respóndeme, Sagitario ¿de
qué han servido todas las batallas en el nombre de Atenea que has librado hasta
ahora si a la primera de cambio, incluso tú mismo amenazaste con ir en su
contra? ¿De qué te sirve ser el caballero más leal a Atenea si por tu propio interés
y juicio, decides dejar atrás a todos tus compañeros de armas?
-
Eso…
-
No te mientas a ti mismo, no servirá de nada, puedo ver lo que opina tu corazón. Dime ¿crees que estarían tus amigos dispuestos a
seguir tu causa? ¿Crees que lucharían en contra Atenea solo porque tú consideras que es injusto que tu diosa rechace a un hijo que ni siquiera sabía que tenía?
-
Sé que Saori sabía que…
- Atenea pensaba que esa descendia había desaparecido tras el choque de cosmos contra Marte; él, Pallas y Saturno vinieron a La Tierra dispuestos a llevarse su legado
creyendo que Koga de Pegaso era el hijo de Atenea – interrumpió Nekyia de
manera letal – y todos quedaron decepcionados al saber que no era así, que Koga no desprendía el cosmos de Atenea. ¿No lo entiendes, Sagitario? Este problema es mucho más serio de lo que tú como humano piensas que es ¿Cómo crees que se sentirían los Caballeros de
Atenea al saber que su diosa entregaría sus vidas sin pensarlo a cambio de su
hijo? ¿Crees que todos morirían en paz? ¿Crees que todos, sin excepción,
aceptarían la muerte solo porque “el hijo de Atenea” estuviera en peligro?
Seiya iba a responder pero en ese instante, un tremendo relámpago cambió el color de todo el exterior seguido prácticamente de
un trueno tan potente que el suelo tembló.
Durante un momento, todo quedó en silencio y ellos aguardaron a que el caos
estallara sin previo aviso. No obstante, fue Seiran el que corrió a toda
velocidad hacia la puerta y salió fuera para comprobar el estado del Santuario que podía verse a lo lejos:
-
Bien, es hora de irnos, Rhadamanthys. – dijo Nekyia con solemnidad sabiendo qué era lo que se avecinaba en la superficie de La Tierra.
Una
puerta interdimensional se formó poco a poco en el salón de la casa, un camino
hacia el Inframundo que alejaría a la diosa lejos de la lucha y que Seiya sabía que
se debía a que Zeus había llegado por fin a La Tierra:
-
Entonces ¿No lucharás con nosotros, Hades?
-
La pregunta que debes formular no es esa, Sagitario. – el tono de la mujer
cambió de repente, al igual que el brillo en sus ojos, Seiya pudo ver cómo los
irises de Hades se tornaron rosados, distintos a los que mostraba normalmente
cuando el espíritu de la deidad dominaba el cuerpo humano en el que residía –
¿Qué harás tú ahora? ¿Lucharás al lado de Atenea… o huirás con un niño al que
Zeus tarde o temprano encontrará?