La tregua entre los dioses.

          Cuando las puertas del castillo, y más concretamente las de los aposentos de Hades, se abrieron mostraron a las únicas entidades que Rhadamanthys no quería ver: Atenea y Poseidon, seguidos de sus respectivos guardaespaldas. Wyvern se puso en pie de manera violenta, furioso y a su vez, temeroso de encontrarse en clara desventaja en caso de un enfrentamiento pero seguro de que entregaría su vida por proteger a su señora:

- ¿¡Cómo tenéis la osadía de venir aquí después del caos en el que sumisteis al Inframundo!?

Nekyia se encontraba recostada en un diván de terciopelo morado terminando de degustar un pequeño racimo de uvas que su fiel perrito guardián había conseguido para ella. Inhaló profundamente y con toda la solemnidad que la caracterizaba, dejó a un lado la vasija de oro en la que se encontraba la fruta y se acomodó tanto como pudo:

- Hazte a un lado, Wyvern, percibo que sus cosmos vienen en son de "paz".

Rhadamanthys obedeció en silencio pero no se alejó demasiado de Nekyia, sus ojos viajaban de Atenea a Poseidon, de Sorrento a la chica que acompañaba a la diosa y que desconocía por completo pero que igualmente odiaba, mucho más de lo que debía:

- Perdonad que no os ofrezca asiento pero el Inframundo ya no es lo que era desde la visita de los chicos de Bronce – dijo Nekyia fingiendo sentirse dolida por su falta de hospitalidad.  ¿Qué os trae a este desértico y destrozado lugar? Ya no tengo más que ofrecerte, Atenea. Tú ganaste la guerra, como de costumbre.

- Hades...

- Ahora soy Nekyia, sino te importa. Como ves, poseo un nuevo cuerpo, al igual que tú a lo largo de los años, así que me disculpo por lo irrespetuosa que fui. Así que... señorita Saori, señorito Julian… Explíquense de mejor manera.

Venimos a ofrecerte una tregua entre los tres ejércitos. Pelear por el control de La Tierra no nos ha traído más que pérdida, enemistad y desgracia. Nosotros, los dioses de la superficie te concederemos el permiso para caminar en nuestro territorio si es necesario pero, de corazón, queremos detener estas guerras que tanto sufrimiento traen consigo. 

- ¿A cambio de qué? Te conozco, Atenea, no vendrías aquí respaldada por Poseidon sino tuvieras algo interesante que ofrecer.

 - Resucitar a los guerreros caídos en la Guerra Santa.

- ¿Te has vuelto loca, niña? Ni siquiera puedo mantenerme en pie por mí misma ¿de verdad pretendes que devuelva a la vida a tres ejércitos?

- Nosotros te cederemos la energía, Poseid… Julian y yo seremos quienes entreguemos el cosmos para regenerar a todos los guerreros.

- ¡Ya es suficiente! – Exclamó Rhadamanthys interponiéndose entre los dioses – Lo único queréis es reponer las bajas que sufrió vuestra escoria en la última batalla pero para ello necesitáis a mi señora... me resulta repulsivo vuestro orgullo como dioses ¡largo de aquí! ¡No necesitamos su limosna para resurgir en nuestro propio territorio!  

El Wyvern dio un paso al frente dispuesto a intimidar a sus huéspedes pero la guardiana de Atenea fue mucho más rápida, creando una estalactita de hielo que rozó la garganta de Rhadamanthys:

- Controla esa boca, Cerberus. – Dijo afilando sus ojos – Los dioses han venido en son de paz y merecen el mismo respeto que la tuya.

- Tú… Conozco esa mirada, esa voz. – dijo Nekyia poniéndose en pie. Dicho gesto obligó a Rhadamanthys a acudir en ayuda de su reina, sosteniéndola con cuidado y guiándola hasta la Caballero – Tú eres la chica que permitió el paso de los Caballeros de Oro a través de las doce casas… Aquella que se puso de mi parte aún sin saber el auténtico plan de los suyos. La aliada de Saga de Géminis.

- Elyn de Piscis Australis.

- Ah~ Piscis Australis. – Nekyia alzó una ceja, sumamente interesada en aquella muchacha que tanto le recordó al Caballero dorado de Acuario. Sí… había visto el destino de aquella chica al cruzar sus miradas como ocurría con todo ser viviente y de repente la vida, le resultó fascinante. – Increíble que por fin esa pieza haya encontrado una portadora.

Hubo un silencio pesado, tenso, pero que Nekyia realmente disfrutó. De manera seductora examinó a Julian, había que admitir que Poseidon sabía escoger sus cuerpos de manera exquisita; Atenea también pero ella siempre andaba escondiéndose bajo humanas con la misma apariencia a lo largo de los años… Aún era una niña, una chica demasiado inocente y que apenas había conocido el sufrimiento de perder a parte de los suyos. Pero la guerrera de Piscis Australis era diferente, había otro tipo de emociones ardiendo en su interior… Finalmente, la reina del Inframundo suspiró:

- Me hallo en una clarísima desventaja así que... aceptaré esa tregua pero con una serie de condiciones.

- Mi señora…

- Silencio, Wyvern. Y por segunda vez, hazte a un lado.

Sin previo aviso, el espectro se movió como si se tratara de una marioneta, clavó una rodilla en el suelo y la propia gravedad del lugar lo obligó a mirar al suelo. Nekyia se alzó digna, poderosa e imponente ante Atenea, sus ojos azules brillaron afilados como una espada y repasaron uno a uno todos los detalles del cuerpo portador de la diosa de la guerra. Tantos años enfrentándola para ahora, terminar rendida a sus pies pero al menos, si eso ocurría, no se dejaría pisotear fácilmente pues a pesar de haber perdido mucho poder y energía, seguía siendo la deidad que velaba por el infierno, la más temida de todos los mortales:

- En primer lugar, solamente tú cederás el cosmos para resucitar a los tres ejércitos. Segundo, mis ciento siete espectros restantes serán los primeros en volver a la vida, seguidos por los Marinas de Poseidon y siendo los Caballeros de la orden de Atenea, los últimos en despertar.

- ¡Eso no es…!

- ¡Elyn! Silencio.  – Calló Saori, usando misma técnica que su igual, acallando de la misma forma la queja de la guardiana que velaba por su seguridad – Acepto tus condiciones.

- Hay algo más. – Nekyia se relamió, deseosa de pronunciar aquellas palabras para comprobar hasta dónde estaba dispuesta a llegar la nueva Atenea – No solo seré yo quien tenga la posibilidad de subir a la superficie o viajar por el mar: Mis espectros, los más poderosos, también podrán hacerlo.

- Que así sea mientras no interfieras en la vida de la humanidad.

- Bien… no esperaba que fuera a gustarme tanto negociar contigo, Saori; podrás entrar  y salir del Inframundo a partir de mañana para iniciar el camino de la resurrección. Eso sí, lo harás sola y sin protección, debes empezar desde ya a confiar en mí o aquello que tanto anhelas tardará mucho más en llegar.

---

- ¿¡Por qué, mi señora!? – Exclamó Rhadamanthys – ¿Por qué ha cedido ante esa sarta de tonterías?

- Porque necesito a mis espectros, Wyvern, necesito a mi ejército. Míranos, solos tú y yo en este lugar que se cae a pedazos, sobre tu espalda recae el trabajo de varios de los míos y aunque la muerte no te afecta hay otras cosas que sí. No puedes cargar con tanto tú solo.

- No se preocupe por mí, mi señora; puedo soportar cualquier cosa por vuestra gloria e incluso si lo desea, destruir lo que resta del ejército de Atenea y Poseidon.

La reina caminó hasta sus aposentos en silencio, cada día se notaba con más energía pero a veces incluso la voz del único espectro que la acompañaba le resultaba insufrible:

- Ah~ siempre tan combatiente.

Rhadamanthys se detuvo un instante. Aquellas palabras habían sido distintas al tono de Hades que había conocido durante tantos siglos pero no tardó en volver a seguir los pasos de la reina creyendo no habían sido más que imaginaciones suyas. Al llegar a su habitación, Nekyia se empezó a desvestir para poder tumbarse en la cama y cuando quedó completamente desnuda, observó por un instante a su único acompañante con una atractiva mirada. El espectro la observaba pero como siempre había hecho, igual que un perrito faldero que no era capaz de ver más allá de lo que su devoción le permitía. Se había vuelto de piedra aunque claro… Así era como debían ser sus guerreros:

 - Dime, Wyvern… ¿sabes cuáles son las consecuencias del Hilo del Destino?

Él no dijo nada sino que aguardó estático a que Nekyia continuara con la conversación que había iniciado pues ella, ya se había acostumbrado al silencio que ofrecía como respuesta ante ciertas preguntas:

- Cuando intercambias el alma o la energía de dos seres, el cuerpo que sobrevive pierde por completo sus recuerdos, se “resetea” por decirlo de alguna forma. Esto evita que si un anciano toma el cuerpo de un niño, este continúe buscando a sus antiguos seres queridos para verles crecer y así, se pueda continuar la vida salvada sin que el curso de la vida se altere. El Hilo del Destino no forma parte de la inmortalidad sino que sirve para que ese niño que muere de forma injusta… encauce su destino una vez más. – Nekyia caminó lentamente hacia Wyvern mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro, acarició la destrozada surplice que él vestía e inspiró su aroma antes de continuar  – No obstante ¿sabías que si ese niño llega por casualidad a la ciudad del anciano,  se topa con un familiar directo o toca un objeto que perteneció a su otro yo… obtendrá de golpe todos los recuerdos de las dos vidas intercambiadas?

La reina soltó una cantarina carcajada ante la última revelación, clave para su leal guerrero. Buscó en él una mueca de sorpresa, un leve movimiento en su expresión pero el Wyvern permaneció impasible ante su provocación aunque el revuelo de su interior no pasó desapercibido para Nekyia. De modo que, ante tanta pasividad, ella dio media vuelta y se dispuso a descansar:

- Ah~ Es un dato interesante ¿no lo crees así… Rhadamanthys?

Escuchar su nombre por primera vez en boca de Nekyia lo hizo temblar. A pesar de que el aspecto de la diosa ya no era el mismo con el que despertó, su tono al hablar  resultó ser exactamente igual al de Rea… aquella chica, aquella diosa que pereció entre las llamas, entre sus brazos…

Aún con esos recuerdos en la mente, el Wyvern trató de ocultar sus emociones bajo su ceño; sabía que no serviría de nada pero al menos así, no mostraría más debilidad de la que ya sabía su señora:

- Hiciste un gran trabajo, Wyvern, nada de esto cambiará en absoluto al Dios del Inframundo. Puedes retirarte.

Él obedeció sin rechistar pero sabía que lo que Nekyia acababa de decir era una burda mentira. Hades convivía desde el primer momento con las memorias de Rea de la misma forma que Saori era capaz de albergar todos los recuerdos de sus vidas pasadas al despertar el poder de Atenea. Ahora todo cobraba sentido para el espectro, la deidad que ahora dominaba el infierno convivía con una esencia humana y su energía estaba sucia por ello. Por eso Nekyia había aceptado la tregua de Saori, porque la culpabilidad mortal que arrastraba de Rea la atormentaría por años, siglos y milenios en caso de haberse negado y por muy acostumbrados que estuvieran los dioses a la eternidad, era un precio que nadie querría pagar. Rhadamanthys lamentó haber escogido tan mal el nuevo cuerpo para Hades después de haber descubierto tal detalle sobre el Hilo del Destino pero de igual manera, si hubiera querido salvarlo de otra forma, no habría tenido más alternativas. Era hora de aceptar un nuevo peso sobre sus espaldas aunque no le molestó y ni siquiera le prestó más atención a su interior después de aquel pequeño lapsus; él era un espectro y haría lo que fuera por su salvador.

[ Siguiente Capítulo ]