Unos 240 años atrás. Antes
del inicio de la Guerra Santa del siglo XVIII.
[
Shion respiró hondo antes de internarse en el templo de Piscis. Cargaba un
pequeño cofre hecho a base de madera tallada repleto de pequeños regalos para
los futuros Caballeros que protegerían a Atenea pues él contaba con que, a
pesar de la lucha que se avecinaba, ellos volverían a alzarse victoriosos como
venía pasando desde la Era del Mito. Era por eso, por la cantidad de recuerdos
que tan solo él podía ver en las armaduras que reparaba, que había decidido
hacer algo más tangible para aquellos que heredasen sus respectivas cloths
doradas. El último que quedaba era Albafica para completar la colección, y
Shion temía que el Caballero de Piscis no quisiera contribuir aunque, si había
conseguido que incluso un aislado Deuteros incluyera una piedra volcánica…
podría hacer que el último guerrero de las doce casas aportara un granito de
arena, aunque fuera de manera literal.
Atravesar
el último templo siempre le aceleraba el corazón, no solo por ser el final del
recorrido sagrado sino porque su guardián era bastante especial en muchos
sentidos. Se detuvo en la puerta trasera, antes de la escalinata de mármol,
esperando que Albafica comprendiera que no tenía intención de acudir a ver a
Sage. Pasaron unos minutos antes de que la cabellera celeste del Caballero de
Piscis asomara de entre los inmensos rosales que adornaban y ocultaban su
verdadero hogar. Albafica era el único que no vivía en el apartado de piedra
que cada templo poseía para su guardián, él había decidido vivir en una cabaña
de madera en mitad de sus rosas venenosas, apartado del mundo. Apartado de
todos:
-
¿Ocurre algo, Shion?
-
No quiero robarte mucho tiempo, así que seré rápido. – Las manos de Aries se aferraron
un poco más a la caja, temblaban, por lo que aquel gesto sirvió para calmarlas un
poco – Llevo algunas semanas… completando esto y quisiera que formaras parte de
él.
Albafica
alzó una ceja:
-
¡Como Caballero de Oro! – Shion sintió su cara enrojecer, temeroso de haber
dicho algo que pudiera tergiversarse – T-Todos hemos aportado algo. Es para… la
siguiente generación de Caballeros. No sabemos cuántos de nosotros sobreviviremos
a esta guerra y… en caso de que ninguno lo consigamos, quisiera dejar una señal
de esperanza a aquellos que hereden nuestras armaduras.
- Ya veo...Temes que nadie se acuerde de nosotros ¿No es eso?
Aries
tragó saliva, la hostilidad de Albafica siempre lo había intimidado pero aún
así, se dijo a si mismo que no debía desistir aunque ya empezaba a pensar que
Deuteros había resultado mucho más fácil de convencer:
-
Por favor, no es necesario que sea algo demasiado enrevesado… Kardia se ha
arrancado una uña. – Albafica levantó levísimamente una comisura del labio,
aguantando la risa. Típico de alguien como Kardia.
-
Está bien. Pero ¿Crees que aguantará el paso del tiempo?
-
Degel la dejará congelada en Acuario. Estará oculta en algún lugar pero será
fácil de localizar por un cosmos dorado.
Albafica
miró al cielo, después a los rosales que había sobre sus cabezas. Shion aguantó las ganas de lanzarle un cumplido, el rostro de Albafica siempre le
había resultado el más hermoso de todos los Caballeros de Oro pero también
sabía que aquel tipo de comentarios no agradaban demasiado a su compañero de
armas. Piscis alzó la mano, la posó sobre una rosa y tomó uno de sus pétalos
con delicadeza, un recuerdo carmesí que se llevó para colmo, un beso de los
labios de tan especial guerrero. Shion sintió envidia de aquel pétalo:
-
¿Será suficiente?
-
Ya te dije que Kardia se arrancó una uña.
Aries
abrió la caja y observó como Albafica dejaba su recuerdo allí, junto al de
todos los demás:
-
Que metáfora más… apropiada para representarnos. – susurró Piscis, apagando su
expresión antes de darse la vuelta y dar por finalizada su conversación con
Shion. ]
***
Actualidad:
- Se quedó triste… nunca
entendí por qué, quizá porque sintió que su maldición continuaría allá donde
hubiera un Caballero de Piscis.
- No creo que fuera eso. –
El antiguo Patriarca miró a Elyn, la chica había dibujado en su rostro la misma
expresión que años atrás había portado Albafica – No se ofenda, señor, pero aquella
caja… no tuvo el efecto que usted esperaba. Recuerdo lo que ocurrió cuando Saga
me dio permiso para abrirla. Casi todos los pequeños detalles
eran de color rojo y en conjunto, más bien parecía…
- Sangre. – comprendió Shion
de repente.
- Exacto. Esos recuerdos
trajeron bastante amargura. Fui yo la encargada de ir por las Doce Casas
entregándolos: Mu se echó a llorar cuando reconoció una de sus herramientas,
usted ya había muerto cuando abrimos la caja. – Shion recordó que él había
guardado en el pasado una pequeña pieza de su taller, un cincel para los
detalles más pequeños que había pertenecido a Hakurei, el corazón se le encogió
al imaginar a su joven pupilo recibiendo tal detalle – Le dimos a Aioria un lazo rojo pero él lo destrozó, decía que le recordaba a Aioros.
- Era una las cinta de Sísifo. También era Sagitario.
- Peor aún. Hágase a la idea de lo que
significó para Aioria, su hermano también había muerto cuando descubrí el cofre
y era considerado un traidor, la cinta no hizo más que empeorarle el estado de
ánimo.
Hubo una pausa, necesaria
para calmar la angustia que se había asentado en los corazones de los dos
guerreros que conversaban:
- ¿Y qué hizo Afrodita con el
pétalo?
- Lo dejó volar. – respondió Elyn. Shion frunció el ceño, confuso
– Dijo que… aquel pétalo merecía ser libre. El olor, el cosmos que quedaba en
su interior… merecía ser libre y huir del Santuario.
Recordar la caja había
vuelto a dejar un ambiente repleto de tristeza en el templo de Piscis. Elyn
visualizó en su mente a Afrodita el día que recibieron “los regalos”, se quedó
mustio, apagado, y permaneció varios días aislado, como si… una extraña ponzoña
se hubiera adueñado de su corazón:
- Lo siento. – acabó por
decir el antiguo Patriarca.
Aries se levantó entonces y se marchó a paso lento:
- ¡Señor! – Exclamó Elyn haciendo que el muviano se detuviera – ¿Qué ha querido decir con que un pétalo lo inició todo?
Podría explicarlo, a fin de cuentas ella había sido quien le había confirmado sus sospechas cuando le dijo que Afrodita dejo volar el pétalo de rosa pero Shion sabía que no lo entendería. De modo que negó con la cabeza, restándole importancia y retomó su camino hacia Aries. La chica lo vio perderse en el templo de Piscis sin
saber qué hacer o qué decirle, y de hecho… tal había sido la extraña sensación que reinaba en
su corazón que había olvidado por completo preguntarle más acerca de la reunión que había tenido
con los altos cargos del Santuario.
***
Un desastre más que anotar
en la interminable lista de errores cometidos a lo largo de su vida. Ojalá
hubiera entendido aquel punto de vista antes de guardar la caja, lo
último que él deseaba era que sus predecesores se quedaran con un amargo sabor
de boca. ¿Quién iba a esperar algo así? Solo Albafica parecía haberlo previsto:
“Que
metáfora más… apropiada para representarnos.”
El rojo. El color de la
sangre, el de la muerte. Aquello que más predominaba en el Santuario cuando sus
Caballeros encontraron el cofre que él había guardado con toda la ilusión que
podía abarcar su pecho. Shion suspiró, deseando haber podido estar presente y
cambiar aquella sensación que había entristecido a sus niños tiempo atrás.
Fue entonces cuando alzó la
mirada pues el sonido de unos pasos subiendo las escaleras llamó su atención.
Su mirada se cruzó, como tiempo atrás, con aquellos profundos ojos azules. Un
niño cuyo cabello liso y celeste pretendía hacerle la competencia al cielo, el
lunar bajo su mirar, la inocente belleza capaz de vencer frente a los dioses:
El chico que había resonado con el cosmos de la armadura de Piscis.
Bafi, que así se llamaba, lo
observó un momento con los ojos llenos de sorpresa. Ya se habían visto horas
antes en el templo del Patriarca para presentarlo como el futuro guardián
del duodécimo templo y habían descubierto que, tras el sumo parecido con el Caballero de hacía más de 200 años, había mucho más que lo relacionaba directamente con su antecesor. Bafi sonrió, el niño cuya apariencia era
exacta a la de Albafica de Piscis mostró una amplia sonrisa de oreja a oreja. Shion
palideció, él había conocido aquella faceta de su antiguo compañero de armas, había jugado con aquel niño que solamente tenía ojos para su maestro hasta
que la muerte de éste lo convirtió en alguien solitario y distante. Bafi era el
Albafica que lo había conquistado en su niñez.
El niño echó a correr, su
respiración tras subir los doce templos estaba acelerada pero algo lo había
motivado a seguir su camino sin perder el ritmo. Corrió en dirección a Shion,
portando su sonrisa con orgullo, con los brazos abiertos… pero dejó atrás al antiguo Patriarca.
Bafi pasó por su lado sin hacerle más caso que los pocos
segundos que había durado su cruce de miradas. Aries se giró, siguiendo los
pasos del pequeño de apenas siete años: su objetivo no era otro más que Elyn: La persona
que lo había encontrado exclavizado en un burdel de Italia y prometido una nueva vida lejos de la soledad, el abandono y las malas compañías. Ella lo había salvado y como tal, era la
merecedora de la sonrisa y el amor del pequeño.
Fue un poco duro aceptar que
él ya solo un hombre de más de doscientos años con la
apariencia de un chaval de dieciocho pero que se hallaba demasiado cansado,
demasiado extinguido como para continuar localizando niños perdidos alrededor
del mundo y ser su salvador:
- ¡Eh! ¡Señor Shion! ¡Espere
un momento!
El muviano parpadeó, la voz
de Bafi lo había liberado de sus pensamientos y obligado a prestar atención al
exterior. Empezaba a llover, tímidamente, igual que en su corazón. Shion miró
hacia donde se encontraba Bafi pero el chico se había perdido por un instante
en el interior de la casa acomodada dentro de Piscis para acto seguido,
aparecer cargando con un paraguas que tendió al hombre plantado en la mitad del
templo:
- Si no lo usa, se va a
mojar.
- Gracias… Albaf…
- ¡BAFI! ¡Llámeme Bafi! – Interrumpió
el chiquillo, molesto. El colmo de la situación era que también se hacía llamar
Albafica, según él porque eso le decía su corazón aunque no le gustaba en absoluto ese nombre. Era por
eso quería que todos le llamaran Bafi – Dígalo bien, sino se quedará sin
paraguas y tendrá que mojarse.
Shion suspiró antes de
sonreír:
- Gracias, Bafi.
- Eso está mejor ¡Prometa
que no olvidará mi nombre!
- Lo prometo.
¿Cómo olvidarlo? Su sonrisa,
su inocencia, su expresión… todo era igual en el chico. Todo salvo una cosa:
- ¡Espere! – Exclamó Bafi,
agarrándole la muñeca – No hace falta que lo devuelva enseguida, puede hacerlo
la próxima vez que tenga que subir aquí, aunque haga sol.
Shion se quedó mirando como
el niño lo sujetaba, cómo se aferraba a su muñeca para impedir que se fuera sin
escuchar su última recomendación. Se tocaban. Algo que no había podido hacer
con el antiguo Albafica hasta que la muerte se lo llevó:
- Claro… Lo recordaré
también.