Prólogo.

Elyn jugueteaba con una rosa en las escaleras traseras de la casa de Piscis. Tenía la mirada fija en el templo del Patriarca, allí donde sabía que se estaba celebrando una reunión que determinaría si su instinto y cosmos serían buenos para localizar a la siguiente generación de Caballeros de Oro que ya empezaba a reflejarse en el firmamento. Estaba emocionada pero a su vez molesta porque el mundo no dejaba de girar y girar, poniendo su vida patas arriba; no parecía ser suficiente con haber tenido que pasar por más de una decena de acontecimientos inesperados, sin descanso entre ellos para poder procesarlos como para ahora… llevar a cabo la importante misión de repoblar el camino de las doce casas.

Echó un vistazo atrás, a un tiempo en el que Saori aún no era una amenaza ni los Caballeros de Bronce se habían reunido, una época en la que el Santuario permanecía estático e igual a todas las eras pasadas. Sonrió. Elyn echaba de menos el tiempo cuando ella no era más que una niña engreída con derecho a codearse con el top 10 del Santuario. Ahora, las cosas eran muy diferentes.

El destino se había encargado de decir “Basta” deteniendo en seco aquella actitud de niña consentida: Primero llegó la muerte de sus seres queridos y la llegada a su hogar de un montón de desconocidos bajo el mando de la diosa Atenea, cambiando las reglas para adaptarlas a la modernidad. No estaba mal pero... habían cambiado su Santuario; después, tocó ver a Saga y los demás en el bando enemigo, encontrándose obligada a luchar contra ellos aunque, claro estaba, ella no pelaría jamás contra el Caballero de Géminis. Al tiempo, los pocos dorados que quedaban a su lado decidieron dar la vida por su diosa y ella terminó quedando al frente de un Santuario vacío y medio destruido que podría haber caído en cualquier momento igual que un castillo de naipes… Por fortuna, Saori decidió pactar una tregua que devolviera a la vida a todos los que cayeron en combate dándole una nueva oportunidad a su gente, como si nada hubiera pasado. Sin embargo, a pesar de ver el Santuario de nuevo anclado en sus rigurosas normas, levantándose y resurgiendo de sus cenizas, ella sí que había cambiado; era una persona mucho más adulta de lo era en realidad, alguien mucho más responsable que antaño pero también, alguien que había acabado por ocultar sus miedos tras un muro de hielo, como había hecho su hermano.

***

Shion salió finalmente del templo del Patriarca, con el rostro pálido, algo mareado y bastante confuso a pesar de no reflejarlo del todo en su exterior. En la desescalada hacia Aries, sus ojos violáceos se posaron sobre la chica que lo observaba desde la duodécima casa, aquella que era capaz de mover las rosas de Afrodita y controlar el hielo al mismo nivel que Camus. Él no la había tratado -porque había muerto antes de su llegada- y le había sorprendido saber que era capaz de portar una armadura ancestral… ella era Elyn de Piscis Australis. Lo único que había sabido de dicha muchacha desde su vuelta a la vida hacía unos meses era que compartía parentesco con Acuario y que había sido la niña mimada de Saga durante su mandato como Patriarca. Eso, y que era capaz de percibir el cosmos como nunca nadie lo había hecho, tanto… que había sido ella la primera en sentir que los astros volvían a ponerse en marcha para que las Doce Casas tuvieran nuevos guardianes en un futuro no muy lejano:

- Señor.– dijo Elyn, poniéndose en pie a toda velocidad, seria y estática, un acto digno de un Caballero de alta clase

El muviano la observó por un instante considerando que era hora de sentarse a hablar con ella y sacar sus propias conclusiones más allá de las habladurías de quienes la conocían. Él ya no era Patriarca sino un habitante más en el sagrado Santuario, así que podía olvidarse de los protocolos y aprovechar en su beneficio, la juvenil apariencia con la que los dioses habían decidido bendecirlo:

- Puedes estar tranquila. Él es el indicado. – sonrió con amabilidad – Elyn, ese es tu nombre ¿verdad? ¿Podría hablar contigo un momento?

- Claro, señor. Lo que necesite, pase al templo si lo desea. 

- No te preocupes, aquí está bien, siempre… me gustó este lugar.

Ambos se sentaron en la escalinata, la Caballero de Plata ocupó el lugar en el que había permanecido por horas y esperó a que el antiguo Patriarca iniciara la conversación. Pasaron los minutos, largos, pesados pero Elyn ya estaba acostumbrada a que la gente se tomara un tiempo para pensar y analizar las cosas cuando se sentaban a su lado pues parecía que, aquella parcela del duodécimo templo, incitaba a reflexionar un poco antes de hablar:

- Quién iba a decirme… que un pétalo lo iniciaría todo de nuevo. – susurró Shion.

- ¿Un pétalo?

- Me dijeron que tú encontraste la caja.

- ¿La caja? – Preguntó ella pero su mente pronto dio con la respuesta a su propia cuestión – Ah ¿se refiere a la que había escondida en el templo de Acuario?

- Sí, congelada por un hielo tan fuerte que no se derritió por más de doscientos años. Y llegaste a abrirla tú, una niña que ni siquiera estaba destinada a la constelación que mejor domina el cero absoluto.

- No me resultó muy difícil, la verdad, pero me decepcionó ver que no era algo para mí.

- Lo siento, no conté contigo.

- ¿A qué se refiere?

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