Que nadie supiera acerca de su llegada al Santuario salvo unos pocos evitó que los vigilantes rasos reparasen en su presencia y gracias a la cercanía de Rodorio, en caso de ser descubierta, podría afirmar que se había desviado del camino por andar pendiente del móvil. La excusa sonaba bastante convincente así que Vitani no se molestó en ocultarse una vez se alejó lo suficiente del sagrado recorrido en el que había vivido el fin de semana. No echó la vista atrás en ninguna ocasión pues solo quedaban a su espalda Elyn, Shura y Sira para echarla de menos como mucho y tampoco es que fueran personas de extrema confianza. ¿Dónde iría, qué haría? Eran cuestiones sencillas, se entregaría a la policía y aceptaría el destino de ser adoptada por una familia normal que la alejase de la antigua Grecia; si se daba el caso de no conseguir una, aguardaría en un orfanato hasta la mayoría de edad para buscar trabajo y hacer las cosas por sí misma, como había sugerido Milo. El mundo real daba miedo pero más lo daba el desaparecer por completo de él y vivir bajo la ilusión que le ofrecía la diosa Atenea.
La luz de las estrellas y la
luna fueron suficientes para iluminar su descenso hasta el pueblo y algunas
ventanas encendidas en Rodorio le dieron la guía perfecta para saber hacia
dónde dirigirse. El silencio la fue tranquilizando poco a poco por lo que al
cabo de unos minutos, en su rostro no quedaba más que la determinación de
subirse en un autobús y partir hacia la capital más cercana que desconociera la
existencia del Santuario.
***
El deslizamiento de un
montón de piedras provocó que la chica se diera la vuelta a toda velocidad,
Vitani deseó que aquel sonido fuera producto de su imaginación pero sus ojos tde rubí se toparon con cuatro personas que la observaban de manera siniestra: vestían
armaduras lisas, oscuras y con un amargo resplandor violeta. No tardaron en rodearla, acecharla
y sonreír ampliamente ante su víctima:
- ¿Q-Quienes sois?
- Menuda suerte la nuestra, huele a Caballero de Atenea.
- N-No sé de qué estáis hablando…
m-me he desviado del camino hacia mi casa.
- ¿Habéis visto? Miente
tanto como apesta. – Vitani palideció, dejó caer su bolso y echó a correr.
- A por ella.
Dejando paso a su instinto, Vitani se movió hacia un lado esquivando al primer hombre que saltó sobre ella como un felino. De repente todo empezó a suceder demasiado deprisa, los movimientos de su cuerpo eran bastante torpes por lo que sus pies debían actuar rápido, mucho más que su mente incluso; por desgracia, nada de eso le sirvió demasiado ya que uno de sus captores lanzó un grito al cielo y automáticamente, un inmenso perro oscuro emergió de la nada. El animal se lanzó contra ella consiguiendo tirarla al suelo.
Lo siguiente que aconteció ni siquiera permaneció mucho tiempo en la memoria de Vitani: la criatura se cebó con ella, le mordió allá donde encontró carne mientras la muchacha trataba de protegerse la cara con los brazos y pataleaba para alejar a la bestia de su cuerpo, sin éxito alguno. Las lágrimas caían por su cara, mezclándose con la tierra del suelo y la sangre de los arañados y mordiscos enemigos, la realidad y los recuerdos de su vida no tardaron en hacerse uno, distorsionando lo que sus ojos veían: su padre, su madre, la felicidad que tiempo atrás había sentido por tener una vida plena… pero también llegó a su mente los juegos con Sira en el jardín o la comida que Milo le había puesto en la mesa los días anteriores que sabía tan bien como la que había tomado en Finlandia aunque no fuera hecha especialmente para ella.
El perro clavó sus colmillos
en su brazo izquierdo haciéndola volver a la realidad, un intenso dolor la atravesó, tanto que incluso el quebrar de sus hueso. Fue entonces
cuando Vitani gritó con toda la fuerza de sus pulmones y buscó algo con lo que golpearlo pero la criatura se negaba a soltarla.
Su dueño le ordenaba desde la lejanía que ganase la batalla ¿El por qué? Vitani
supuso que se debía a que aquellos hombres eran enemigos del Santuario y
cualquier persona afín al sagrado lugar moriría en sus manos. Así de simples
resultaban las peleas en los mundos de fantasía… No obstante, ¿qué era ella en dicha historia?
¿La protagonista que podía derrotar al enemigo en el último
momento o acaso debía ser el sacrificio por el que se iniciase una nueva guerra
santa? Quizá simplemente era la víctima de la que nadie se acordaría a pesar de
haber nacido con el cosmos de la futura Caballero de Escorpio.
Un nuevo tirón del animal la
obligó a clavar sus uñas en el morro de la criatura. Las tenía largas y por
ello también se clavaron en la piel enemiga. Cuanto más dolor sentía su cuerpo más
apretaba y más fuerza ejercía para tratar de abrir la boca de la criatura por si
misma ya que, si la cosa seguía así, podría arrancarle el brazo de cuajo. Ambas se
miraron a los ojos, luchando por ganar la batalla. Vitani sintió que el olor a
sangre, el dolor de su brazo y la cantidad de emociones que se habían agolpado
en su corazón en apenas unos minutos podían transformarse en poder por lo que
apretó su agarre y luchó por abrir las fauces del animal sintiendo que algo
vibraba en su interior dispuesto a darle la fuerza que necesitaba. Los dientes
se separaron un poco, por lo que aprovechó para golpear el estómago de su
enemigo con una nueva patada. Quizá si seguía luchando por sobrevivir consiguiera ganar tiempo y que alguien, llegase en su rescate.
El animal se iba quedando en
desventaja poco a poco mientras el cosmos de Vitani crecía así que los espectros no
tardaron en percatarse de que si la situación se prolongaba más de la cuenta aquel estallido de energía llamaría la atención del Santuario. Uno de ellos,
distinto al que había invocado al perro oscuro, optó por acercarse a la chica por la
espalda mientras convertía su mano en una afiladísima estaca. Sujetó a Vitani
por el pelo al tomarla por sorpresa y sin vacilar, atravesó a la muchacha a la
par que el perro oscuro realizaba el tirón más potente hasta el momento.
Fuera o no la futura
Caballero de Escorpio, la vida de Vitani acabó en aquel instante. El
dolor que la atravesó silenció sus cinco sentidos en el acto por lo que dejó de sentir, oler, escuchar o respirar,
una luz cegadora la sumió en la nada y su garganta, fue la prisión escogida
para el nombre de la única persona que hubiera deseado ver por última vez.