El encuentro en el Coliseo...
Los besos, las caricias, los
gemidos. Elektra tragó saliva al recordarlo. “¿Y si…?”
Para cuando quiso acabar la
frase en su mente, las manos de Elyn ya habían atrapado su rostro y la
invitaban a acercarse a ella. Ambas cerraron los ojos y volvieron a besarse.
Aquella vez no había rabia ni frustración, no empezó siendo un beso robado sino
algo que ambas parecían desear. Empezaron suaves, como si fuera la primera vez
para las dos pero conforme se iban atreviendo a ir más allá, la pasión fue
acomodándose en la habitación moviendo los hilos de un nuevo encuentro mucho
más reservado. El sabor de Elektra tras haber tomado la infusión de Afrodita
resultó adictivo, Elyn era incapaz de dejar de buscar el amor en aquella boca,
de detener el impulso de sus manos bajo la ropa deportiva de la pelirroja que
había cedido ante su insinuación. No tardaron en acomodarse sobre el colchón,
la una encima de la otra y aumentando la pasión de los besos que se entregaban,
aventurándose a repetir el encuentro del coliseo.
Fue Australis quien tomó la
iniciativa de desvestir a su aprendiza intercambiando con ello los papeles de
la primera vez. De hecho, también se tomó unos segundos para observarla… "Por la
gracia de Atenea…" Aquella chica tenía todo el derecho para autoproclamarse diosa del Olimpo ¿cómo no se había dado cuenta antes de lo espectacular que era aquel
cuerpo bajo el suyo? La chica se relamió, deseosa de posar la lengua a lo largo
de aquella piel que ansiaba con recibirla. Elektra le dedicó una pícara
sonrisa, satisfecha por ver a su superiora deseando dar un paso más; la
invitó a cumplir su anhelo enrollando las piernas sobre su cintura para que sus
cuerpos quedaran lo más pegados posible. Elyn no perdió tiempo, saboreó el
pecho de la pelirroja y ascendió hasta su cuello mientras sus manos se
encargaban de juguetear con los delicados pezones de su aprendiza hasta
arrancarle un ahogado gemido. Al escucharla, mordió allí donde estaba.
Elektra la buscó, había
aprendido ciertas debilidades de su maestra y aquello, le
permitió cambiar las posiciones iniciando un nuevo set en el le tocaba a ella
disfrutar. El sexo con Elyn era diferente al que había experimentado antes, no
porque la chica fuera una experta sino
porque la forma de moverse, de mimarla y excitarla eran totalmente nuevas para
ella. Había emoción en sus gestos, devoción en sus mordiscos, Australis la
trataba como si fuera una divinidad y eso la volvía loca. Estar bajo su calor
–o encima, daba igual– conseguía que se olvidase de todo lo demás, de las dudas
que cada día crecían en su conciencia o del miedo ser juzgada más allá de la
máscara de Caballero de Atenea
.
***
Finalmente al cabo de un par
de días, Elektra volvió a presentarse en el entrenamiento junto a los demás
compañeros alegando que había pasado por un catarro que la había dejado
bastante floja de fuerza y defensas. Presentó un informe médico a su maestra
con la misma formalidad que siempre, esperó a recibir el visto bueno para
incorporare de nuevo a los ejercicios y se cambió de ropa para ponerse manos a
la obra:
- Elektra, la máscara.
La pelirroja escuchó la
orden de Elyn a su espalda justo antes de entrar al coliseo. Sus pies se
detuvieron en seco mientras el corazón le latía a toda velocidad. Tras haber
realizado el pequeño entrenamiento con Afrodita pensaba que Australis no
volvería a pedirle que se la quitara. Tragó saliva mientras Iris, Ram y Derek
pasaban por su lado sin prestar atención a la ansiedad que comenzaba a crecer
en su interior. La chica dio un paso al frente e ignoró la orden de Elyn,
decidida a plantar cara a algo que la molestaba enormemente. Su superiora no
dijo nada al verla caminar hacia el frente por lo que Elektra pensó que
decidiría pasar por alto el uso de la máscara:
- Iniciad el calentamiento.
Elyn no necesitó observar
cómo sus aprendices realizaban aquella tanda de ejercicios, primero porque ya
los sabían de memoria y segundo, porque no le apetecía ver cómo Elektra era
boicoteada por sus compañeros por haberla desobedecido. Aquella iba a ser la manera de hacerla entender
que las normas no solo las imponía ella como superior sino que los demás,
también habían aprendido a hacerle ver que debía ceñirse a lo que las reglas
estipulaban:
- ¡Joder, dejadme en paz!
Aquel grito hizo que Elyn
alzara la vista: Elektra estaba tirada en el suelo mientras los demás
continuaban a lo suyo. Observó durante un poco más descubriendo que lo que
Iris, Ram y Derek estaban haciendo era dificultar el calentamiento de la
pelirroja a base de zancadillas, empujones y el uso indebido del cosmos. Todo resultaba bastante rastrero para ser
futuros Caballeros de Bronce pero la pelirroja tampoco estaba siguiendo la ley
que Australis había impuesto así que realmente, estaban en igualdad de condiciones. Al
finalizar la preparación, Elyn explicó el siguiente ejercicio pero cuando
Elektra se colocó en posición, su voz volvió a dejarla plantada en el sitio:
- Elektra, la máscara.
Una vez más, volvió a
ignorar la orden de su superior. La chica estaba dispuesta a no sucumbir a
quitarse aquello que la mantenía con un humor estable. La necesitaba para no perder el control pero no
quería decírselo a nadie:
- Elektra. Márchate a casa.
- ¿¡Qué!? ¿¡Por qué!? –
exclamó la pelirroja.
- O te quitas la máscara o
te vas a casa. Lo dije el primer día, no quiero esa basura en mi entrenamiento.
Las dos cruzaron la mirada.
Elyn no podía ver la expresión de su aprendiza pero Elektra si que vio la
absoluta frialdad de Australis clavándose en ella. Allí estaba la niña
mimada del Santuario que era capaz de pasar por alto lo importante que podía
ser una máscara para personas con problemas personales como ella; la indiferente y prepotente Caballero
de Plata que se codeaba con los altos cargos de la Orden de Atenea. No, no
iba a dejarse pisotear por aquella Elyn; podría dejarse dominar por la que la
veneraba, por la que gemía entre sus brazos pero no por la altanera guerrera
que quería rebajarla frente a los demás. Sin mediar palabra, Elektra dio media
vuelta y abandonó el coliseo.
***
Elyn estaba poniendo al día
a Afrodita sobre la actitud de la pelirroja cuando fue llamada vía cosmos por
el Gran Patriarca.
Al entrar en la sala donde Saga solía recibirla, la chica
descubrió que Saori y Shion también estaban allí; la reunión no le daba muy
buena espina pero estaba acostumbrada a no dejarse llevar por las apariencias y todo su nerviosismo, quedó oculto tras su inexpresiva expresión:
- Jamás imaginé que alguien
como tú me diera problemas en algo tan simple como entrenar a cuatro futuros
Caballeros de Bronce. – dijo Saga con seriedad.
- ¿Perdón?
- ¿Desde cuándo llevas esa
política de entrenamiento, Australis?
- Repito... ¿Perdón?
El Patriarca suspiró al percatarse de que la
Caballero de Plata desconocía por completo el mal que estaba
ejerciendo por lo que supo enseguida que se avecinaba una tormenta:
- ¿Desde
cuándo obligas a tus aprendices a quitarse las máscaras en tu
entrenamiento?
La corrección de la pregunta
de Saga aumentó la sorpresa en Elyn, quien no pudo evitar parpadear, atónita ante el motivo
de la reunión que giraba en torno a ella:
- Es motivo de destitución
lo que estás haciendo, Caballero de Plata. – aclaró Shion – No puedes obligar a una mujer a
quitarse la máscara en público. Ni tú ni la mismísima Atenea.
- ¡Yo no las obligo a
quitárselas!
- ¿Acaso no has expulsado a
una de tus aprendices hoy por no obedecer esa “regla” que has impuesto desde el día uno?
- ¿Elektra ha… ha estado aquí?
– Elyn no podía creer lo que acababa de escuchar. – P-Pero es solo en
el entrenamiento, no las obligo a quitárselas fuera de ahí ¡No soy tan mala!
- Sea como sea, Australis, estás
obligando a una mujer a retirarse la máscara en público – dijo Saori con
solemnidad – Y eso está prohibido.
- Pero la ley carece de efectos, usted misma la derogó, no hay ningún problema con mostrar el rostro.
- Esa es una decisión de
cada mujer al servicio de Atenea. – intervino Shion – No sabes la historia que hay tras cada
una. Es cierto que se les dio la opción de mostrarse libres y dejar de usarla pero si alguna
decide llevarla aún con ello, no puedes obligarla a hacer lo contrario. Mucho
menos, expulsarla de un entrenamiento para hacerse con una armadura de bronce.
- ¡Pero tengo un motivo para ello y lo demostré el primer día! ¡No lo hago por gusto propio! ¿Qué pasaría con
ellas si alguien les destruye la máscara en una pelea real? Se
quedarían pasmadas, sus compañeros le darían la espalda para “no ver sus
rostros”, sus enemigos tomarían ventaja…
- Elyn, no dramatices. – detuvo Saga, olvidando el protocolo de hablarle acorde a su título de Caballero de Plata.
- ¡No estoy dramatizando! Yo vi como los chicos daban un paso atrás dejando a Elektra sola; los vi darse la vuelta, distanciarse... ¿Qué clase de comportamiento es ese con una compañera solo por mostrar su cara? En el exterior habrían muerto todos… – La chica trató de serenarse aprovechando el silencio que había generado su discurso – Sin embargo desde
que se han acostumbrado a verse las caras han mejorado el compañerismo, se han hecho a la idea de
verse con y sin máscara ¡Iris incluso ha ganado confianza en sí misma y camina
por el Santuario sin ella! Es un cambio positivo y lo sería para Elektra sino
se…
- ¡Basta! – Zanjó Shion – Las
normas son las normas. No puedes obligar a nadie a actuar como tú quieras, sea o no por su bien. O retiras dicha regla de tu entrenamiento o serás
destituida del cargo ahora mismo.
Saga cerró los ojos por inercia.
Una amenaza. El detonante
para poner a Elyn contra las cuerdas y hacerla caminar hacia el mal camino. Él lo
sabía, todos en aquella sala sabían lo que Shion había desencadenado al
darle a Piscis Australis a elegir entre sus principios y los de otra persona.
Saga suspiró aceptando la realidad que se le avecinaba:
- No retiraré mis normas,
Patriarca. – declaró la Caballero con firmeza.
- Entonces no hay más que
hablar.
Elyn inclinó
la cabeza y se marchó de la sala dando un portazo. Su cara no había permitido
que sus auténticos sentimientos quedaran expuestos pero Saga, que la conocía
desde que era una tierna infante, sí que sabía de sobra que la chica estaba furiosa
pero él era el Patriarca y debía imponer la autoridad sin importar quién
estuviera delante. Aún así, se retiró el casco y pidió permiso para ir tras
ella. Saori asintió, Shion también; los dos sabían que solamente Saga –y no el
Patriarca– podría apaciguar a la bestia que había salido por la puerta.