06:00 am.
Elektra se levantó de la
cama como de costumbre pues, aunque su entrenamiento para convertirse en
Caballero de Bronce daba comienzo ese día, no se diferenciaba del resto de
obligaciones que ella misma se había impuesto desde que llegó al Santuario. Había
pasado demasiado tiempo desde que Shura de Capricornio había sido su salvador,
el guerrero dorado no se hacía una idea de lo importante que había sido para
ella el toparse con él y acabar en un lugar donde su rostro no volviera
a ser visto por nadie nunca más, ni siquiera por ella misma.
La chica se lavó la cara sin
ver fijarse en su reflejo, como llevaba haciendo desde aquel fatídico día en el que su
mundo fue consumido por las llamas; se colocó la máscara de diseño púrpura y
se vistió con uno de los nuevos uniformes de entrenamiento que había comprado
en Rodorio. Una vez se ocultaba tras aquel objeto, su humor se transformaba: las ganas de vivir se asentaban de nuevo en su corazón y la culpabilidad se desvanecía
como la niebla.
Era hora de empezar un nuevo día.
***
Llegó puntual a la cita, el lugar escogido
para el entrenamiento no era otro que el Coliseo donde había visto infinidad de
veces pequeños torneos protagonizados por los Caballeros de Oro. Allí había admirado su
poder, valentía y destreza para luchar los unos con los otros. Ella no poseía tal valerosidad aunque si tenía que golpear a un oponente lo hacía sin pensarlo dos veces. Su verdadero interior no era agresivo, detestaba recurrir a la violencia y por
eso había escogido la armadura de Caelum como su objetivo porque las cualidades
de la pieza no se basaban en atacar en la primera línea. Elektra sabía que
otras personas estaban interesadas en Caelum pero ella se encargaría de hacerse
notar, no le importaba quien la entrenase pues era extremadamente buena en todo
lo que hacía y no dudaba de sus propias habilidades; ser la mejor allá donde estuviera
era siempre su meta principal.
Elyn de Piscis Australis,
Caballero de Plata.
Así se presentó la encargada de guiarlos a ella y sus
nuevos compañeros en el arduo camino de convertirse oficialmente en un Caballero de la orden
de Atenea. No le desagradó demasiado la idea pues Australis era conocida en todo el Santuario por
ser el ojito derecho de Saga de Géminis, aquel que incluso habiendo traicionado
a la diosa y todos sus aliados, había sido perdonado y ahora gobernaba el Santuario
con plenos poderes.
***
Dos chicos y dos chicas.
Ambas portaban las odiosas máscaras que de ser por Elyn, las habría quemado el mismo día que Atenea levantó la orden de llevarlas por obligación.
“Son optativas, una decisión propia, Elyn, y no
tienes porqué entrometerte.” Se dijo la Caballero mientras observaba a los
cuatro aprendices que permanecían como estatuas frente a ella:
- Nombre.
La voz de Australis sonó
autoritaria, como ocurría cada vez que concentraba toda su energía en una actividad
encomendada por sus superiores. Su mirada de color violeta se posó sobre el
primero de los muchachos provocando en él, un pequeño sobresalto:
- R-Ram, Maestra.
El titubeo del aprendiz le
indicó a Elyn dos cosas: el chico apenas tendría catorce años y seguramente, era la
primera vez que entablaba conversación con una mujer de mayor edad que no fuera su mamá. Por fortuna, sus
compañeros demostraron tener algo más de valentía: Iris, Derek y Elektra. Los
tres eran bastante más mayores que Ram por lo que Australis se topó con su primera
dificultad como instructora, tener que adaptarse a las diferentes edades:
- Bien, estáis aquí para
disputaros la armadura de Caelum pero durante mi entrenamiento habrá dos normas
que deberán llevarse a rajatabla y que, en caso de desobedecerse, os consideraré no
aptos para continuar mi adiestramiento perdiendo con ello la opción de pelear por Caelum: La primera, no sois rivales; aunque
solo uno de vosotros se quedará finalmente con la armadura debéis comprender
que quien la porte será aquel dispuesto a sacrificar su propio cosmos por la
victoria de sus aliados. Así que cualquier tentativa de sabotaje entre vosotros será una falta grave ¿Lo habéis entendido?
Todos asintieron con
conformidad de modo que Elyn empezó a moverse de manera sutil hacia ellos, guiando
su mirada de uno a otro, seleccionando el objetivo que serviría de ejemplo para
la segunda regla que marcaría su entrenamiento:
- Segundo. – Su mano se
movió rápidamente hasta la barbilla de una de las chicas, retirando de su cara
la careta plateada con decorado púrpura que ocultaba su rostro – Nada de
máscaras.
Automáticamente, sus
compañeros de entrenamiento dieron un paso atrás, los chicos incluso se dieron
la vuelta. Todo por no ver el rostro de la aprendiza en cuestión.
Elektra se quedó
pálida al sentir su cara al descubierto, nadie en todo el Santuario la habían
visto jamás desde su llegada y el gesto de su Maestra la tomó con la guardia totalmente bajada. De repente se sintió desnuda, el mundo entero se le tambaleó al
ver como su máscara se alejaba entre los dedos de la Caballero de Piscis Australis.
Por su parte, Elyn
admitió para sus adentros que la chica era preciosa: tenía los ojos rojos como
el fuego, casi del mismo color que su melena, corta a la altura de la nuca y
mucho más larga en los mechones laterales; era un poco más alta que ella pero viéndola
dominada por el pánico parecía más bien una adolescente indefensa. En aquel
momento odió mucho más el hecho de ver como aquella hermosa cara se ocultaba
tras un símbolo de opresión, que necia era aquella guerrera por haberse
dejado llevar por el terror de verse descubierta:
- Por favor, devuélvemela… – murmuró Elektra.
- Oh… Recupérala si puedes.
La pelirroja tragó saliva pero se
lanzó hacia la Caballero con suma desesperación esperando recuperar aquello que
Elyn le había arrebatado sin permiso. Sus esfuerzos por hacerse con la máscara
acabaron haciéndola morder el polvo del lugar de manera literal; enfrentarse a un Caballero de
Plata en su estado era una locura pero cualquier cosa era mejor que dejar que
otros vieran su cara. Allí, bajo el peso del pie de Australis, trató de controlar
la furia que la invadía junto con la vergüenza de saberse expuesta en contra de
su voluntad ¿Quién se creía que era aquella niña mimada para quitarle la
máscara frente a un grupo de desconocidos?:
- Quiero deciros que todos
habríais muerto de haber sido esto una batalla en el exterior. – Zanjó Elyn mostrando su claro malestar con los allí presentes – Tú, por haberte quedado pasmada mientras te
quitaban la máscara, habría sido muy fácil rasgarte el cuello en ese segundo de
pánico al que has cedido ante la idea de que otros vieran tu cara. Los
demás… tsk, habéis preferido girar el rostro antes de proteger a vuestra
compañera ¿con esos valores con los que pretendéis luchar por una armadura como es El
Cincel?
Elektra cerró los puños agarrando la arena del Coliseo. Aquello era verdad, una cruda realidad que la
golpeó como una maza; un Caballero no podía dejarse vencer ni por el miedo ni
la desesperación y menos por algo tan sumamente básico como el ataque sorpresa
de un enemigo:
- ¡Pero ha sido inevitable!
– Se escudó Ram – Lo has hecho muy rápido y ya sabemos lo que ocurre si se le
ve el rostro a una mujer que usa máscara.
- Ah, sí… el detalle de “morir o
amar”. Dime pues, Ram ¿qué vas a hacer conmigo? – El chico se quedó mudo,
sonrojado y sin saber qué responder – Soy una Caballero de Plata cuyo rostro
permanece al descubierto veinticuatro horas al día, los trescientos sesenta y cinco
días al año. Elige pues, ¿te mato ahora o me vas a traer flores y bombones a
partir de mañana?
- ¿Qué sabrás tú sobre lo que implica usar máscara? – dijo Elektra desde el suelo, sintiendo que la rabia la desbordaba – Todo el
mundo sabe que eres el ojito derecho del Patriarca.
- Vaya, vaya... Eso es nuevo. –
A una velocidad que nadie casi fue capaz de percibir, Elyn movió el cuerpo de Elektra lo suficiente como para ponerla en pie consiguiendo en ese lapsus de tiempo, que su mano se colocara tras la
nuca de la muchacha y que su rostro casi rozara el de su víctima. El latido del corazón de Elektra casi
podía escucharse a través de su pecho – ¿Crees que voy mostrando mi cara simplemente porque
le agrado a Saga? No, perdedora,
yo le planté cara al Patriarca con tan solo seis años. ¿Qué hacías tú a esa edad?
La aprendiza contuvo sus emociones tragando saliva, aquella que la sostenía era sería su maestra el tiempo que
durase el entrenamiento para convertirse en la Caballero de Caelum así que cuanto menos
problemas diera mejor sería para ella. Debía hacerse notar gracias a su comportamiento ejemplar
y yendo en contra de Elyn no conseguiría nada. Inspiró hondo para relajarse, recordando su objetivo: aguantaría cualquier cosa hasta que tuviera la armadura en sus manos.
- Os recuerdo que desde la llegada de Atenea,
la norma de “amar o matar” quedó derogada, así que en mis entrenamientos os
acostumbraréis a veros las caras. Quiero dejar bien claro que esto no tiene nada que ver con mi opinión personal sobre las máscaras. Dime ¿qué hubiera pasado si en un combate, alguien
te rompe la máscara, Elektra? – El silencio general le dio la razón, el miedo a ser vista podría costarle la vida pero no lo admitiría delante de Australis – No quiero ver esta basura mientras estéis aquí.
Acto seguido, Elyn le
entregó la careta a su dueña sabiendo que esta no volvería a ponérsela en el
rostro mientras ella estuviera presente. Iris no necesitó de la intervención de su maestra para retirársela por
lo que dejó a la vista unos penetrantes ojos azules que centelleaban sobre su larga melena recta color azabache. Los chicos se sonrojaron al principio pero recobraron la
compostura mientras Elektra se colocaba de nuevo en su posición inicial y le dedicaba a Australis una
expresión de rabia.
Así fue
como los cuatro aprendices dieron por inaugurada su primera sesión de
entrenamiento para convertirse en el futuro Caballero de Bronce de Caelum,
seguido de una serie de ejercicios que ejecutaron en parejas mixtas,
demostrando que tanto en combate cuerpo a cuerpo como en el control del cosmos, estaban demasiado bajos de nivel para las expectativas de Elyn.