La Botella.


- 7 años después de la muerte de Aioros, Shura es el siguiente en la lista en cumplir años. Milo de Escorpio se aburre como una ostra y trata de convencer a sus amigos para volver a celebrar una fiesta en el Santuario, Capricornio se niega en rotundo pero Camus cede ante la idea de su mejor amigo sin saber que, bajo la premisa de un simple juego, su corazón empezará a latir por alguien muy diferente a la diosa Atenea –


⭐Ships: Camus x Milo / Afrodita x Deathmask

⭐Personajes: Camus, Milo, Afrodita, Deathmask, Aioria + otros.

⭐-SweetLove- *La edad aproximada de los personajes va desde los quince a los dieciocho*

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- ¿Crees que alguien de verdad querrá venir?

- ¡No te preocupes por eso! Yo sí que iré, Camus.

Milo esbozó una sonrisa de oreja a oreja, su mejor amigo había dado pie a organizar la primera fiesta de cumpleaños desde que Aioros fue acusado de traición y asesinado bajo el mandato del Patriarca. Habían pasado siete años y los que antes habían sido niños inexpertos al portar sus armaduras de oro, ahora caminaban por la extraña senda de la adolescencia. Todos tenían ganas de divertirse, de pasar página, sobre todo los más mayores –salvo Shura– que bajo la responsabilidad de instruir a los más pequeños, se habían escondido tras una máscara que escondía sus auténticos sentimientos; pero el Caballero de Escorpio no era tonto a pesar de su temprana edad, ya sabía que algunos de sus compañeros habían liberado tensiones ocultos en sus templos o descubierto nuevos pasatiempos más allá de las jornadas de entrenamiento y él, se moría de ganas de entrar en ese mundo.

***

Tal y como Milo había sospechado, todos sus compañeros de armas se animaron a acompañar a Camus en su fiesta cumpleaños; poco a poco, los Caballeros de Oro fueron llegando al undécimo templo cargados con pequeños regalos, comida y bebida, detalle que consiguió arrancar, en más de una ocasión, una tímida sonrisa al francés. De vez en cuando, Camus cruzaba sus ojos con Milo sabiendo que la ilusión por cumplir años la estaba recuperando gracias a su idea pero el griego estaba tan emocionado por la participación de los caballeros dorados que apenas prestó atención a las furtivas miradas de su mejor amigo. La tarde fue pasando entre risas y juegos que permitían la participación de los muchachos, algunos se quedaban al margen dependiendo de la partida y otros, luchaban por mantener el primer puesto fuera cual fuera el reto… No obstante, Shura fue el primero en volver a su templo, seguido por Aldebarán que achacaba sentirse algo indispuesto tras una gran ingesta de chucherías, dulces y pastel:

- ¿Y si jugamos a “La Botella”? – sugirió Afrodita de Piscis cuando supo que Tauro no podía escucharlo.

Él y Cáncer se dedicaron una pícara sonrisa, sabían que sus compañeros más mayores no apoyarían jugar a aquel tipo de juegos con los muchachos que todavía disfrutaban de algunos toques de inocencia. Ahora que ellos eran los encargados de supervisar a los más jóvenes, la fiesta de cumpleaños podía tomar un matiz algo más “adecuado” para los que aún estaban dispuestos a seguir jugando:

- ¿Qué es eso? – preguntó Aioria.

Afrodita contoneó su cuerpo hasta llegar a la mesa donde se habían servido los aperitivos de la celebración, localizó una botella de plástico y se acabó el escaso refresco que quedaba para dejarla completamente vacía:

- Sentaos en círculo y dejad un hueco en el medio – todo el mundo obedeció sin queja, emocionados ante la novedad de un pasatiempo desconocido – Este juego está repleto de riesgo y lo usaremos para aprender cómo aprovechar la desventaja del enemigo.

El Caballero de Piscis se arrodilló frente a su objetivo, Deathmask, y colocó la botella en el centro del hueco que habían dejado sus compañeros. Movió la botella para hacerla girar sin parar y activó su cosmos por un instante, lo suficiente para detener el extremo del recipiente justo cuando este apuntaba al Caballero de Cáncer:

- ¡Vaya! ¡Me ha tocado! – exclamó con cierta molestia, fingida claramente.

- ¿Y ahora qué?

- Tranquilo, Aioria – dijo Afrodita – La Botella es un juego de azar en el que solamente implica a las dos personas señaladas por ambos extremos, en este caso… Deathmask y yo.

El joven Leo se apresuró a comprobar lo que el sueco decía: efectivamente, la punta de la botella apuntaba hacia Cáncer mientras que la parte trasera, a Afrodita. Esa parte del juego era fácil de entender, mientras la botella girase nadie sabría quién sería el siguiente en afrontar el desafío:

- ¿Y qué hay que hacer?

- Besarse.

Aioria abrió la boca, confuso por lo que acababa de escuchar mientras que Milo, plantaba una mueca de asco en su cara:

- ¡Yo no quiero besar a Deathmask! – exclamó Escorpio.

- Ahí tienes el riesgo, no sabrás quién será tu compañero. – Sonrió Afrodita – Tranquilos, el beso solo durará cinco segundos.

Piscis compartió mirada con Cáncer y al unísono, juntaron sus bocas bajo la estupefacta mirada del resto de compañeros de oro. Deathmask ya se había besado con Afrodita en infinidad de ocasiones, era el único que estaba dispuesto a divertirse más allá del luto por Aioros y ambos opinaban que ya era hora de hacerle ver a los más jóvenes que había una vida mucho más divertida que lamentarse por el pasado. Sumido en sus pensamientos se hallaba el italiano cuando sintió una punzada en el costado, al retirarse de Afrodita descubrió que todos se estaban riendo de él:

- ¡Deathmask ha perdido! – exclamó Aioria, comprendiendo rápidamente la parte del juego que implicaba aprovechar la debilidad del enemigo.

- Cuando experimentas una sensación nueva, y más si es placentera, tu cerebro tarda una media de tres o cuatro segundos en reaccionar – explicó Piscis – La finalidad de La Botella será ver quién es más rápido sobreponiéndose a los estímulos de un beso y atacar al contrario ¿qué os parece?

Leo respondió poniendo de nuevo la botella en movimiento, sorprendiendo a los mayores con la velocidad a la que el muchacho parecía querer participar. Un extremo le señaló a él, el otro… a Mu. Aioria se echó hacia delante, decidido a llevarse la victoria en aquel sencillo juego en el que solamente necesitaba poner los labios sobre la boca de un amigo.

***

O eso pensaba.

Imitando el comportamiento de Afrodita y Deathmask, ambos adolescentes cerraron los ojos y juntaron sus labios. La mente de Leo quedó totalmente en blanco, la boca de Mu era suave; los labios, carnosos y el aroma que desprendía el chico era increíblemente relajante. Un golpe llegó de pronto a su costilla izquierda:

- ¡Vaya, Mu! ¡Muy bien! – aplaudió Piscis, emocionado ante la rapidez del lemuriano para sobreponerse al beso con Leo.

- ¡No es justo, no han pasado cinco segundos!

- Si que han pasado, Aioria, los hemos contado – añadió Milo – pero te has quedado parado como un idiota.

El chico enrojeció de vergüenza, no solo porque no había sido consciente del paso del tiempo sino porque encima había perdido el reto que tanto ansiaba ganar. Apretando la mandíbula volvió a girar la botella pero en aquella ocasión, fueron otros los protagonistas.

***

La rivalidad que se generó en algo tan simple divirtió de sobre manera a Cáncer y Piscis que veían como los adolescentes luchaban por aventajar a los demás; ellos, por su parte, se encargaban de aumentar “la dificultad” del juego, añadiendo caricias, besos más intensos e incluso, incorporar algún que otro sonido que enamoró por completo a los jóvenes guerreros siempre y cuando, fuese Afrodita quien los realizara. Las victorias iban y venían, los resultados variaban dependiendo de las parejas que el azar formaba pero hubo uno, que siempre se apuntaba la derrota: Milo no encontraba la forma de ser más rápido que sus compañeros, se perdía de manera literal en las emociones que se despertaban en su interior: el aroma de Mu era sobrecogedor; la agresividad de Aioria, paralizante; la sensualidad de Afrodita, arrolladora… y por más que repetía la pareja, no era capaz de hacerse con el control de la situación… Al contrario que Camus, que añadió una nueva estrategia al juego:

- ¡No vale! – Se quejó Aioria al escuchar que Afrodita le daba la victoria al francés – ¡Yo le he atacado primero!

- Pero Camus ha detenido tu mano, Leo – intervino Cáncer – Esa otra manera de ganar, si detienes el ataque enemigo puedes contraatacarlo a quemarropa.

Aioria intentó imitar el comportamiento de Camus, pero a diferencia de Acuario, Leo solo pudo apuntarse tantos en su lista de fracasos. Lo mismo ocurrió con Milo, Shaka o el propio Deathmask, todos perdían a la hora de protegerse de sus rivales y el único que parecía dominar aquella técnica, era Camus. Incluso, aún cuando el Caballero de Piscis jugó con la lengua del cumpleañero y tras introducir una mano entre el sedoso cabello del muchacho, el francés supo detener su ataque y pegarle un leve mordisco al labio inferior, en venganza por haber intentado tomarlo por sorpresa.

Milo no pudo soportarlo más y salió enfurecido del templo sin despedirse de los demás. Tan solo se puso en pie, soltó un bufido y se marchó de allí. La sangre le hervía ante el dominio de Camus y la impasibilidad que demostraba en cada beso, como si no sintiera el corazón querer salir del pecho o su sangre concentrarse en partes demasiado específicas; Escorpio sentía que era el único que se dejaba llevar por los sentimientos y disfrutaba realmente de lo que significaba besar a alguien como Aioria o Shaka… Parecía el único débil en ese aspecto y su orgullo sufría por ello:

- ¡Milo, espera!

La voz de Camus lo detuvo, el francés había salido en su busca sin pensarlo dos veces y corría en su dirección escaleras abajo. Escopio no le hizo caso por lo que sus pasos atravesaron a toda velocidad el Templo de Capricornio, solo tenía que hacer lo mismo con Sagitario y cerrar la puerta tras de sí cuando llegase a su respectiva casa. Era sencillo, solo tenía que dejar atrás al idiota de Camus:

- ¡Espérame, Milo!

Tan enfadado estaba que el griego no se había dado cuenta que Acuario había llegado a su altura mucho antes de lo previsto, cuando ambos se encontraban en mitad del templo de Sagitario. Al sentir que el francés lo agarraba por la muñeca, Milo trató de deshacerse de su agarre pero el chico ya estaba acostumbrado a los arranques impredecibles del escorpión por lo que no cedió ante el zarandeo de su amigo:

- ¡Déjame, joder!

- Cálmate.

- ¡No! ¡Lárgate!

El forcejeo entre los dos se prolongó por unos segundos mientras la rabia de Milo iba en aumento, sus pensamientos se centraban en alejarse de Camus, no tenía ganas de seguir viéndolo mientras la imagen del francés besando a sus compañeros de armas le martirizara la cabeza:

- ¡Suéltame, Camus, estás frío!

El chico soltó a su amigo de golpe y se miró las manos involuntariamente. Milo se sintió mal por la escena que presenció pues era la única persona en todo el Santuario que sabía que Camus le tenía cierto pavor a la baja temperatura de su cuerpo y su influencia en los aliados que lo rodeaban; haber recurrido a tal comentario para deshacerse de su contacto le pareció un poco rastrero. Escorpio quiso disculparse enseguida pero el daño ya estaba hecho, pudo ver la decepción en el rostro de Camus y cómo aquellos ojos azules que a veces le parecían el reflejo perfecto del universo, se afilaban para mirarlo con reproche:

- Eres un imbécil...– susurró Acuario dándose la vuelta.

Que su mejor amigo usara contra él su mayor debilidad le había sentado peor que cualquier puñalada por la espalda. Él había acudido en busca de Milo con el corazón encogido, temeroso de haber metido la pata con la persona que había decidido devolverle la ilusión por las fiestas pero ahora, solo pensaba en la posibilidad de lanzarlo por las escaleras y que llegara a su templo rodando. 

Sus pasos sonaban en la oscuridad de la novena casa, abandonada desde la huída de Aioros; poca gente quería estar allí porque el alma de Sagitario parecía seguir protegiendo dicha edificación, él a veces percibía la esencia de Aioros guiando a los más pequeños como siempre había hecho, lo recordaba con una amplia sonrisa siempre que la duda se asentaba en su corazón… En el fondo, Camus echaba de menos al que había cuidado de ellos desde su llegada al Santuario, sobre todo cuando Milo hacía de las suyas y se sentía extremadamente solo:

- Camus, lo siento…

Al darse la vuelta, justo a la salida de la novena casa, los labios de Escorpio atraparon los suyos. 

Milo luchó por mantener la cordura pero ningún beso anterior era comparable a lo que experimentó al besar a su mejor amigo: la piel de la nuca se le erizó, un escalofrío recorrió su espina dorsal y las mejillas le ardieron en menos de cinco segundos. La única solución que se le ocurrió para disculparse con Camus fue entregarle una victoria, una posibilidad de hacerse valer por encima de él pues el francés sabía que pocas cosas en el mundo conseguían doblegar su orgullo. Admitió su derrota con tal de revertir el daño que había hecho y continuó besando a Camus a la espera de un golpe certero en las costillas que, a la hora de la verdad, nunca llegó. El Caballero de Acuario pasó los brazos por el cuelo de su amigo, pegando su cuerpo al suyo e intensificando la pasión del beso que se entregaban. Milo percibió que las piernas del francés flaqueaban y una pícara sonrisa se dibujó en su cara. Que adorable… pensó al sentir el aliento de Camus sobre el suyo en el instante en que sus bocas se separaron. Acuario siempre quería parecer un témpano de hielo, alguien frío e impasible capaz de controlar su mente hasta el extremo de defenderse en mitad de un beso proporcionado por el mismísimo Afrodita pero en realidad, el apodado Mago de Hielo, se derretía como cualquier otro mortal,también se sonrojaba o se estremecía ante las tímidas caricias que el escorpión empezó a proporcionarle por debajo de la camiseta y suplicaba por más en cada uno de sus roces… pero no quería mostrarle a nadie aquella faceta, odiaba que los demás lo comparasen con la media por lo que se esforzaba al máximo en mantener la cabeza fría, pero Milo sabía que bajo su tras aquella apariencia, el francés ansiaba dejar a un lado toda aquella parafernalia y derrumbar dicha fachada para dejar a la vista, a un chico que buscaba el calor de los demás.

***

Cuando al día siguiente Camus apareció en su templo descubrió dos cosas: la primera, que sus compañeros de armas no eran propensos a recoger el desorden en casa ajena y la segunda, que él no había sido el único que había disfrutado de una noche de inocentes muestras de cariño en un templo que no era el propio.