Una sonora explosión
guió a Afrodita y Deathmask a toda velocidad hacia la plaza principal de la
capital, llevaban toda la mañana buscando a Elyn sin descanso por lo que en el
instante en que escucharon el estruendo se dirigieron a su nuevo destino sabiendo que la chica estaría sumergida en mitad del caos:
- ¡Joder, ya era hora de que
diera alguna señal! – exclamó Deathmask.
Afrodita no dijo nada
pues había algo en el ambiente que había perturbado su pequeño cosmos, Elyn no
estaba sola y temía que las sospechas que circulaban por el Santuario se fueran
a hacer realidad tan pronto. Cuando llegaron a la plaza, un montón de gente
corría despavorida ante la aparición de una extraña criatura que golpeaba a
diestro y siniestro todos los edificios cercanos; como ya suponían, en el
centro de la batalla se encontraba la chica que buscaban sosteniendo sobre su
cuerpo un escudo de hielo que amenazaba con hacerse añicos:
¡Rosas de Cristal!
Una rosa de hielo se
estrelló contra el rostro de la criatura, desconcentrándola por un instante, aquella era la única técnica que Afrodita había podido perfeccionar a lo largo del tiempo con el escaso poder que tenía, no era gran cosa pero bastaba para distraer a los enemigos y ganar tiempo para sus aliados. Gracias a ello, Elyn pudo
restaurar el escudo que la protegía a ella y a Bafi y su familia:
- ¡Llevároslos, deprisa!
– les gritó sin necesidad de saber quienes eran sus ayudantes, sabía que
solamente Afrodita era capaz de generar aquel tipo de flores.
Deathmask cogió a la
hermana de Bafi mientras que el Caballero de Piscis levantó al pequeño y a su padre
para alejarlos del enfrentamiento. Apenas un instante después, Elyn destruía el
escucho con un puñetazo lanzando una lluvia de hielo en contra de su rival. Los
Caballeros de Atenea corrieron a resguardarse pero no se alejaron mucho del lugar
por si tenían que ayudar:
- Tenemos que hacer algo,
Helena – dijo Bafi – Hay que ayudarla entre todos.
- Tienes razón,
nosotros también tenemos nuestro as bajo la manga – respondió la chica.
Helena clavó su mirada
en sus salvadores para pedirles que colaboraran junto a ella y su hermano pero se topó con unas caras
asombradas que no dejaban de observarla. Por su parte, Deathmask no podía creer lo
que sus ojos estaban viendo: Helena, la mujer que lo había cautivado durante su
estancia en Asgard estaba allí, exactamente igual a cómo él la había visto por
última vez antes de morir en sus brazos… sus ojos verdes, su cabello castaño recogido
en una coleta... pero él sabía que no podía ser ella de verdad, la auténtica
Helena había fallecido hacía más de quince años:
- Tú... – dijo entonces
el señor que acompañaba a los niños – Tú eres “el hombre que olía alcohol”…
Deathmask lo miró,
reconociéndolo entonces gracias a su expresión. Aquel hombre se parecía a uno
de los hermanos pequeños de Helena…
Una nueva explosión los
obligó a clavar sus ojos en la batalla de Elyn y la gigantesca criatura, la
chica estaba teniendo serios problemas para pelear sin su Gleam por lo que la lucha se estaba tornando bastante reñida; fue entonces cuando los niños se lanzaron en su ayuda
aprovechando la confusión entre los adultos sin importarles en absoluto si los ayudaban o no:
- ¡Vamos allá! –
Exclamó Helena – ¡Arriba, chicos, es
hora de jugar!
La chica alzó el dedo
índice hacia arriba generando una gran cantidad de luces azuladas que
obedecieron su orden silenciosa y se abalanzaron a distraer al enemigo. El
Caballero de Cáncer reconoció enseguida los fuegos fatuos que la muchacha acababa de
invocar y tanto él como Afrodita, distinguieron un inconfundible cosmos ardiendo
en su interior sumado a una conexión directa con el Inframundo latiendo en el corazón de
aquella niña que poseía el mismo rostro que la florista del pasado. Bafi, por
su cuenta, corrió sin perder tiempo para alejar a Elyn de su rival y los amigos de su
hermana le darían dicha oportunidad. Se puso delante de Elyn como si fuera un escudo, movió la muñeca rápidamente y entre sus dedos, apareció una rosa roja como por arte de magia. La chica pudo ver como el pequeño se llevaba la flor a la boca para después, tomar impulso y lanzarla contra la criatura que intentaba destruir las esferas luminosas que jugueteaban en torno a sus ojos. La flor se quedó clavada en el cuerpo del enemigo haciendo que durante un segundo, este se quedase quieto, ya que una fuerte parálisis lo tomó por sorpresa. En ese momento, Bafi se giró hacia la muchacha que había en el suelo y le tendió la mano para ponerla en pie; sin perder tiempo, el pequeño empujó a Elyn con todas sus fuerzas, obligándola
a retirarse del lugar pero ella tropezó al ir caminando hacia atrás y él, cayó sobre
ella; en aquel momento, la criatura se deshizo de los fuegos que lo molestaban, así como de la parálisis, y lanzó su puño cerrado contra ambos:
- ¡SALID DE AHÍ! – Gritó
Helena pero solamente vio cómo su hermano pequeño se abrazaba a la chica que
intentaba salvar al no tener posibilidad de escapar – ¡¡ALBAFICA!!
Al escuchar aquel
nombre, Elyn alzó su mano derecha y creó un escudo protector que impidió que el
golpe los acertara de lleno. Su mente había actuado por sí sola, recordando haber leído aquel nombre en los antiguos textos del Santuario, se trataba de un pasado guardián de la casa de Piscis cuya muerte había servido de protección al Santuario. De repente la muchacha entendió porqué el cosmos de aquel chiquillo le había revuelto las entrañas: un nuevo Caballero de Piscis se aferraba a su cuerpo. El escudo no aguantaría mucho pero con el chico enganchado a su
cintura Elyn no podía moverse para hacer nada más, no le quedó más remedio que
potenciar todo lo posible la defensa y esperar que sus aliados se las ingeniaran
para socorrerla mientras le caía encima una lluvia de golpes sin descanso.
Fue entonces, cuando
Deathmask se acercó a Helena y sostuvo su mano hacia arriba:
“Ondas Infernales” le susurró con malicia.
Helena no comprendió al
principio pero la mirada de aquel señor al que su padre se había referido de
manera muy extraña le pareció confiable, había algo en su cara que le resultó
conocido como si una conexión los atrajera, quizá era su tono al hablar, quizá la picardía que había en sus palabras cuando se acercó por detrás para guiarla, no lo sabía pero le intrigaba aquel hombre:
- Es la forma de
salvarlos, transporta el alma de tu enemigo al Yomostsu, Helena.
La chica no sabía muy
bien que hacer pero pensó en la llamada de sus amigos, los fuegos fatuos que
desde siempre habían acudido en su ayuda: concentró todas las ganas de salvar a
su hermano en la punta de su dedo viendo como un montón de luces blancas, más de las que jamás había visto, se
arremolinaban en torno a ella; era la primera vez que sentía algo similar, una
expansión de su poder que nunca antes había experimentado. Las palabras del
hombre que había a su espalda resonaron en su mente y cuando se sintió
preparada las exteriorizó con toda la fuerza de su alma:
¡¡ONDAS INFERNALES!!
Una potente radiación
de ondas blanquecinas se lanzó contra la criatura que golpeaba sin cesar el
escudo de Elyn, atravesándolo en un instante. Acto seguido, el enemigo detuvo
los golpes y cayó de espaldas al suelo, prácticamente sin vida debido a que su
alma y cuerpo habían quedado completamente separados.
Todos corrieron a
socorrer a Elyn y el pequeño que aún permanecía abrazado a la muchacha:
- ¡Albafica, Albafica!
– gritaba Helena cuando llegó hasta ellos. – ¿Estás bien, Albafica?
- ¡Aarrgg cállate, odio
ese nombre! – le dijo el chico, claramente malhumorado.
El peligro parecía haber pasado, la extraña criatura en la que el hombre de la casa se había transformado tras el golpe de Helena había dejado de desprender un siniestro cosmos. Elyn se puso en pie y fue abrazada por Afrodita, el cual todavía tenía el corazón acelerado por el sumo peligro que la muchacha había sufrido:
- Entonces, ¿tú te llamas…? – preguntó Elyn, aún sin entender por qué la hermana de Bafi lo llamaba Albafica.
- ¡No lo repitas, Helena! Mi
nombre es Bafi… Todo el mundo cree que soy una niña cuando me llaman Albafica.
Bafi. Al-bafi-ca. Elyn
no podía creer lo que estaba pasando y menos, que aquel niño tuviera ganas de
enfrentar a su hermana después de haber estado a punto de ser aplastado por un
ser descontrolado. Por otro lado, ella aún jadeaba sin saber si era debido al miedo, a la
adrenalina o al exceso de energía que había empleado para defenderse de un
enemigo como aquel:
- ¿Qué demonios… era
eso? – preguntó entonces, acallando la voz de los dos hermanos.
- Un Marciano. – contestó Afrodita. Todos
miraron al antiguo Caballero de Piscis –
Ya corrían rumores en el Santuario sobre un nuevo enemigo…