El
final de la guerra contra Marte, Pallas y Saturno había llegado por fin y tras
mucho sufrimiento y esfuerzo, las paredes del Santuario empezaban a levantarse
de nuevo con la ayuda de los que regresaban desde todas partes del mundo. Los
jóvenes guerreros que habían tomado el relevo de las fuerzas de Seiya y los
demás se tomarían un merecido descanso mientras que los caballeros de oro, de
antes y ahora, decidirían el nuevo transcurso que tomaría el sagrado lugar.
Harbinger de Tauro había sido proclamado el nuevo Patriarca pero el Caballero de Oro
había dejado bien claro que cuando las cosas se calmaran dimitiría para dejar dicho
cargo, él no estaba hecho para dirigir de modo que a Atenea no le quedó otra
alternativa que pensar en un futuro sustituto. No obstante, había otras cosas
que aclarar antes de todo eso, la jerarquía del Santuario se había venido abajo
tras las últimas guerras y los antiguos caballeros de oro junto con sus
respectivos aprendices chocaban con los que Marte había designado. Sin embargo,
gracias a la sabiduría de Shion, aquel problema también encontró una pronta
solución:
- Puesto que debemos guiarnos por el designio de las estrellas, los Caballeros de Oro retomarán su puesto según el deseo que los dioses impusieron años atrás por lo que anunciaremos al líder de los caballeros dorados dentro de unos días, en una merecida
fiesta en la que todo el Santuario y sus aliados estarán invitados. Por favor,
buscad durante este tiempo un atuendo digno que no avergüence a nuestra diosa. – Dijo el caballero de Aries mirando específicamente a Elyn.
-
¿Qué? ¿Lo dices por mí?
-
Lo he pedido "por favor".
Todos
rieron ante la clara evidencia de la rebeldía de Piscis Australis, Elyn siempre
había demostrado ir en contra de las indicaciones de Shion, dándole igual la situación, pero aquella vez, la
guerrera estuvo dispuesta a poner de su parte:
-
Prometo sorprendente incluso a ti, abuelo. Lo juro por la armadura de
Sagitario.
-
¡EH, EH, NO METAS A MI ARMADURA EN ESTO! – intervino Seiya.
-
Más que nada porque ya hemos perdido a Seiya varias veces. – rió Shun.
Las carcajadas inundaron el templo en el que todos se encontraban demostrando que la amistad y la paz habían regresado al Santuario, los días en los que se respiraba libertad y esperanza habían vuelto y eso era algo que hacía que el corazón de Elyn se desbocara. Estaba pletórica, su hogar se convertía por fín en aquello que ella siempre había amado por encima de todas las cosas.
Cruzó su mirada con Seiya mientras ambos reían a sus camaradas, ambos se habían llevado muy bien desde siempre, desde antes incluso de saber que se convertiría en el líder que derrocaría el mandato de Saga… así que verlo allí, feliz como en los viejos tiempos, le creaba un nudo en la garganta que difícilmente podía esconder, no solo por la felicidad que desprendía Seiya, sino por algo que aún estaba por llegar.
***
La especial noche que todos aguardaban llegó mucho antes de lo esperado. No porque la fecha fuera inminente sino porque todos se habían dedicado tanto a sus respectivos trabajos de reconstrucción en el Santuario que nadie había reparado en el día en que vivían. El templo del Patriarca se convertiría aquella noche de verano en una fiesta de etiqueta a la que, inicialmente, solo estaban invitados solo los más allegados a la diosa Atenea: los Caballeros de Oro de todas las generaciones, los futuros aprendices de estos, los Caballeros de Bronce que habían salvado al mundo y los dioses que habían pactado la Paz en La Tierra, Hades y Poseidon junto con dos guardaespaldas. En el caso del dios de los océanos se trataba de Sorrento e Isaak mientras que Nekyia había llevado consigo a Pandora y Rhadamanthys... El resto ya disfrutaría de las buenas noticias más adelante.
Sin embargo, mientras los grandes invitados se dedicaban a ponerse al tanto tras el trabajo realizado, Seiya se desesperaba en el pueblo más cercano al Santuario. Había quedado con Elyn y otros pocos en una céntrica plaza de Rodorio pero justo cuando el grupo iba a partir hacia la fiesta, Piscis Australis recordó haberse dejado algo importante en las cercanías así que le pidió a Sagitario que se quedase con ella para no llegar sola al templo del Patriarca y ser sermoneada por Elektra. De modo que los minutos pasaron y el legendario Caballero de Oro terminó por sentarse en el borde de la fuente central aprovechando la ausencia de agua en los chorros decorativos. La noche también lucía sus mejores galas, las estrellas brillaban como pocas veces en el universo y la tranquilidad del lugar hacían de la velada un lugar mágico.
Seiya
pensó en lo bonito que sería observar aquel cielo al lado de Saori, no de la
diosa a la que servía –que también adoraba con todo su ser– sino con la humana
que había robado su corazón mucho tiempo atrás; fantaseó con la idea de ser un
par de adolescentes de nuevo, imaginando el cómo habría sido su vida de haber sido
un simple mortal enamorado de una chica… ¿habría formado una familia? ¿Habría
decidido casarse? ¿En qué habría trabajado? El caso fue, que mientras aquellos
pensamientos pasaban por su mente, un leve silbido llegó a sus oídos.
El
Caballero de Oro giró la cabeza pues el sonido no era demasiado alto, el origen
debía de encontrarse muy cerca aunque lo más extraño de todo, era que conocía la cantinela
que el viento traía consigo: una dulce canción que había escuchado una y mil
veces de la boca de Elyn. Entusiasmado ante la idea de poder partir hacia la
fiesta porque su acompañante hubiera regresado, Seiya quedó sorprendido al
descubrir que la persona que tarareaba la canción de Piscis Australis era un
chico que parecía haber imitado su postura al otro lado de la fuente. Se acercó
a él poco a poco ya que su silueta le recordó un poco a Koga pero al verlo más
de cerca, Seiya descubrió que el muchacho, aunque se parecía al actual Caballero
de Pegaso, poseía algunas serias diferencias:
-
Oy~ – saludó el chico deteniendo su
canción y posando sus ojos azules en Seiya. – ¿Se ha perdido, señor?
-
No, no – negó Sagitario con una sonrisa – Solo espero a una amiga. ¿Qué hace un
chico como tú a estas horas aquí fuera?
-
Quería ver las estrellas, hoy se ven especialmente bien.
- Tienes razón… – suspiró él.
Inquieto, y quizá algo incómodo, Seiya continuó buscando a Elyn con la mirada pero ante su evidente ausencia, optó por sentarse al lado del chico y hacerse compañía mutuamente:
-
Dígame, señor ¿sabe usted hablar con las estrellas?
-
Eh… No, por desgracia no. ¿Por qué lo preguntas?
-
Mi tía dice que las estrellas se llevaron a mi papá y mi mamá pero que algún
día decidirán traerlos de vuelta. Quisiera preguntarles cuando va a ser ese día
porque estoy un poco cansado de esperar.
Seiya
sintió una punzada en el pecho pues la efusividad del muchacho contrastaba
enormemente con la realidad que ocultaban las palabras que acababa de
pronunciar. Sin duda, aquella forma de hablar acerca de sus padres era una manera de
protegerlo de la cruel verdad que suponía saberlos muertos, perdidos en el
cosmos; no obstante, por mantener viva la esperanza que el chico parecía
sentir, Seiya se interesó un poco más por él y sus progenitores:
-
¿Cuánto tiempo… llevan con las estrellas?
- ¡Toda mi vida! Nunca les conocí pero mi tía me ha hablado mucho sobre ellos ¡es por eso que
quiero conocerles ya! – En ese momento, el muchacho se puso en pie sobre el
borde de la fuente, inspiró todo lo que pudo y gritó al cielo – ¡ESTRELLAS, QUIERO CONOCER A MIS PADRES!
Seiya
sonrió, la vitalidad de su acompañante resultaba contagiosa, casi le recordaba
a sí mismo cuando era joven, tan repleto de una potente energía e inocencia que poco a poco había
perdido combatiendo contra los dioses:
-
¿Qué puedes contarme de ellos?
-
¡Mi padre fue un gran guerrero de Atenea, señor! ¡El mejor de todos! O eso dice al menos mi tía…
El Santuario completo le adoraba, y tras mucho esfuerzo consiguió que todos le apoyaran y ayudasen para que ganar en sus combates. Él era el más grande de los Caballeros de Atenea ¿sabe? Y eso que
solo portaba una simple armadura de bronce… Dígame señor, ¿usted ha conocido a algún
Caballero de Atenea?
Seiya
estaba atónito… ya de por sí la velocidad a la que el joven hablaba era dificil de seguir debido a su emoción pero por otro lado, no podía creer aquello que estaba escuchando fuera real... parecía
que aquel chico describía sus hazañas del pasado pero ¿Cómo podía ser cierto?
-
¿C-Cómo… se llamaba tu padre?
-
¡Seiya! ¡Seiya de Pegaso! ¡Él luchó incluso con la armadura de Sagitario!... ¡Podía volar por el cielo como un...! ¡Oh, perdón! Qué modales los míos ¡lo siento! Mi nombre es Seiran… ¿Y usted, señor, cómo se llama?
Hubo
un silencio absoluto mientras ambos se miraban a los ojos pero al final, tras dejar de cruzar su mirada con la de aquel niño,
el guerrero dorado optó con responder con toda la ilusión que su corazón le
permitía expresar:
-
Seiya… Seiya de Pegaso.