Prólogo.

Las palabras que salieron de la boca de Milo de Escorpio dejaron de cobrar sentido en el momento en que las palabras “cayeron en combate” precedieron a los nombres de Deathmask, Shura, Camus, Afrodita y Saga. Apenas se había ausentado tres días cuando recibió la orden inmediata de abandonar la misión encomendada y regresar al Santuario, sabía que algo gordo había pasado pues en cuestión de doce horas, los cosmos de dichos Caballeros de Oro se habían ido extinguiendo pero no quiso creer lo que su corazón le decía hasta que la realidad se la llevó por delante.

No obstante, aunque la mente de la muchacha se había quedado en blanco debido al shock, ella mostró ante su superiora una expresión totalmente neutra, clavó una rodilla en el suelo y dejó que su cerebro actuase de manera autómata:

- Yo, Elyn, Caballero de Plata de Piscis Australis, juro ser leal a Atenea hasta mi último soplo de vida.

En el instante en que la voz de la diosa le dio permiso para levantarse y marcharse de allí, Elyn alzó la mirada hasta cruzarla con la de Saori, se puso en pie y después dio media vuelta. Sus ojos violáceos no se habían detenido realmente en los de la deidad, ahora encarnada en el cuerpo de una chica menor que ella, sino que habían ido directos a posarse en el trono del Patriarca que por muchos años, Saga había usurpado. Sí, ella conocía la verdad encubierta por la máxima autoridad del Santuario pero también era de las pocas personas que sabía lo que se ocultaba tras las oscuras ambiciones del Caballero de Géminis.

Milo la siguió, preocupado por la reacción tan poco emocional que Elyn había demostrado ante Atenea; la chica era ahora su responsabilidad, desde siempre lo había sido porque la chica se las había ingeniado para hacerse querer por todos pero ahora… a la guerrera no le quedaba nadie más:

- Elyn, ¿estás…?

- Desaparezco tres días y perdéis a la mitad de los Caballeros de Oro en una batalla absurda ¿es así como pretendéis proteger a la diosa ante la inminente llegada de la Guerra Santa? – cortó ella girándose de repente para encararlo, rechazando su contacto.

Allí estaba la rabia que Milo buscaba, la frustración y decepción que sabía que azotaban el corazón de la hermana pequeña de Camus de Acuario. A pesar de parecerse físicamente, la chica apenas tenía un carácter similar al del francés: era impulsiva, cien por cien emocional, testaruda y extremadamente sincera:

- Saga era un traidor, de haber sabido la verdad  las cosas habrían sido diferentes para todos.

- Y una mierda, Milo.

Los ojos de la chica indicaron que la conversación había terminado, consideraba a Escorpio como un gran amigo y no estaba dispuesta a discutir con él por algo que sabía que tenía las de perder. El absoluto revés de la situación en el Santuario era de esperarse, ella misma sabía que tarde o temprano la auténtica Atenea aparecería para reclamar lo que le pertenecía por derecho pero no esperaba que lo hiciera justo cuando ella no estaba allí para poder explicar la situación que atravesaban desde hacía quince años. Elyn tenía un plan, una idea cuidadosamente estudiada desde la aparición de los Caballeros de Bronce esparcidos a lo largo y ancho del mundo pero ahora, todo se había esfumado y con ello, la vida de sus más queridos. Desvió la mirada de Milo y emprendió en soledad el descenso por las escaleras que la llevarían hasta su hogar.

La realidad la golpeó por segunda vez cuando sus ojos se toparon con la desértica estampa que era ahora el templo de Piscis: Las rosas estaban marchitas y el camino desprendía un tóxico aroma capaz de acabar con la vida de las flores que durante muchos años habían sido una fortaleza más antes de llegar a la sala del Patriarca. Aquella fue una imagen que destruyó poco a poco su corazón, no solo porque le resultaba horrible la forma en la que alguien había despejado el camino hacia la diosa sino porque dicha escena no era otra cosa que el reflejo de la muerte de Afrodita. Tragó saliva, Acuario era su hermano mayor y todavía necesitaba tiempo para asimilar que no se había marchado por una larga temporada a Siberia… pero Piscis había sido su maestro al encontrar su propia armadura y su mejor amigo desde su llegada al Santuario; saber que ya no lo volvería a ver le oprimía el pecho y le revolvía el estómago  pero aún con ese amasijo de sentimientos, Elyn extendió una mano hacia las flores buscando cualquier rastro de vida en el rosal de Afrodita, encontrando apenas un suspiro que sirvió para alejar todas las rosas del camino y alejarlas del mal olor que poco a poco las consumía; confió en que con aquel gesto, nadie más osara envenenar las flores del antiguo Caballero de Piscis. Caminó a paso veloz por el Templo, intentando omitir el desconsuelo que sufría en lo más hondo de su corazón aunque llegar a la undécima casa fue, sin duda, la peor experiencia hasta el momento. Estaba extremadamente silencioso, mucho más que de costumbre. Allí no se escuchaba absolutamente nada. 

Elyn inspiró, tratando de calmar su corazón ya que resultaba obvio que el silencio se expandiera desde el templo del Patriarca hasta la casa de Milo: Sagitario había caído quince años atrás, Capricornio ya no estaba, Acuario se había congelado y Piscis marchitado:

- Fuiste un imbécil, Saga…

La chica no pudo evitar por más tiempo que las lágrimas ahogaran su interior. No podía odiar a Saga, nunca lo había hecho y nunca lo haría porque era conocedora en primera persona del calvario que había sufrido el Caballero de Géminis desde que usurpó el cargo del Patriarca. Tampoco podía odiar a Afrodita, a Camus o a los demás que habían caído siguiendo sus propios ideales, cierto era que no todos conocían la verdadera identidad de su superior pero habían demostrado ser dignos guerreros hasta el último momento. La rabia se centró en su puño derecho que chocó con violencia contra el suelo, las cosas habrían sido tan diferentes si ella hubiera estado allí… 

La misión es corta, cinco días serán más que suficientes teniendo en cuenta tu experiencia.” Había dicho el Patriarca. 

Claro que eran suficientes… Géminis no quería que Elyn estuviera presente cuando Atenea se acercara al Santuario porque sabía que la Caballero de Australis habría una pieza clave para la victoria de cualquiera de los bandos.