Elyn jadeó notando el cansancio como el cansancio se adueñaba de su cuerpo. Hyoga había permanecido quieto mientras recibía su ataque, sin mover un solo músculo. La chica observó como del único ojo azul del Caballero de Acuario emergía una lágrima por lo que no supo determinar si debía continuar o no su enfrentamiento con él:
- Es suficiente – sentenció él al cabo de un instante.
Hyoga ocultó parcialmente su rostro bajo el flequillo, queriendo disimular con ello la pena que había brotado de su mirar; caminó hasta llegar al lado de la fuente del Templo pasando por el lado de Elyn y Seiya que lo miraban con atención. Debido al silencio, ninguno de los dos tuvo valor de preguntarle cuál era su decisión final. El Caballero de Oro alzó una mano y de repente, la fuente se movió hacia un lado dejando a la vista en el suelo un pasadizo que se perdía en la oscuridad. Fue entonces cuando la voz del ruso rompió la tensión que envolvía el ambiente:
- Sígueme, Elyn. – dijo con seriedad iniciando el descenso por las escaleras.
A la muchacha le dio un vuelco el corazón. Miró a Seiya y todas sus dudas quedaron resueltas: había demostrado ser digna aprendiz del Caballero de Oro o por lo menos, su intento por hacerse notar había dado un buen resultado; así pues, inició una carrera para coger en peso su mochila de viaje y le dedicó a Sagitario una amplia sonrisa agradeciéndole con todo su corazón aquella nueva oportunidad. Después se perdió por el mismo camino que Hyoga había tomado, descubriendo que cuando su cuerpo estuvo lo suficientemente alejado del suelo del templo de Acuario, la fuente volvió a posicionarse en su lugar original ocultando la entrada secreta por la que ambos se marchaban.
***
Las semanas y los días pasaron muy lentos para la chica de Asgard, Elyn era consciente de que el entrenamiento para convertirse en un Caballero de Atenea sería duro pues llegaba al Santuario con bastante más edad que los aprendices que despertaban por primera vez el cosmos pero jamás imaginó hasta qué punto debía obedecer las órdenes de Hyoga. El Caballero de Acuario le contó que en su juventud, Camus lo había entrenado para controlar el frío más absoluto en las tierras de Siberia pero habían requerido demasiados años como para emplear aquellos conocimientos con ella de modo que Elyn alcanzaría el potencial de un Caballero de Oro allí mismo, en Atenas y bajo el ardiente sol del inicio del verano. Las primeras jornadas fueron infernales pero la muchacha no protestó en ningún momento delante de su maestro, mostrándose receptiva y tomando nota de todo lo nuevo que aprendía. Hyoga llegó a pensar que sería una guerrera digna del propio Aioros de Sagitario por lo que el orgullo no tardó en recorrer su cuerpo; la agonía, por el contrario, llegaba cada noche cuando nadie podía escuchar su lamento, Elyn se dejaba llevar por el dolor de todos sus músculos, agonizando con cada leve movimiento que su cuerpo hacía sobre la cama hasta que una mañana llegó tambaleándose y con violentos temblores en las manos a su entrenamiento. cuando Hyoga le preguntó al respecto, ella no dijo nada, tan solo se ajustó las vendas de las muñecas y se posicionó para una nueva tabla de ejercicios. Tras varios días dándole vueltas, el Caballero de Acuario decidió que le concedería a la chica de Asgard un merecido descanso.
La mañana que lo decidió estaba nervioso, emocionado por ver la reacción que tendría Elyn al saber que podría olvidarse durante veinticuatro horas de lo que implicaba servir a la diosa Atenea. Se levantó temprano y esperó a que saliera de su habitación:
- Puedes volver a la cama. – Le dijo al verla caminar como si fuera un zombie en dirección a la cocina – Hoy no tienes que entrenar, tienes el día libre.
Hyoga trató por todos los medios no mostrarse demasiado entusiasmado por su buena acción pero la muchacha supo aguarle la fiesta. Elyn no dijo nada, era como un autómata y sus ideas estarían fijas en su cerebro hasta pasados unos minutos después de levantarse. La vio prepararse el desayuno como cada día, sin abrir la boca y cuando finalmente la muchacha se sentó en la mesa con una taza de té helado entre las manos, Hyoga descubrió que todavía seguía casi dormida. El Caballero de Oro quedó desilusionado pero él estaba decidido, aquel día no la entrenaría así que si quería continuar haciendo quehaceres, lo haría ella sola.
***
Para evitar la tentación de recordarle a la muchacha que su entrenamiento quedaba suspendido aquel día, Hyoga permaneció gran parte de la mañana yendo de un lado a otro solucionando problemas del Santuario que había ido retrasando por mantenerse centrado en Elyn pero aún con lo ocupado que se encontraba, decidió volver al medio día a casa para comprobar que su aprendiza se había quedado allí. Al entrar no la encontró en el salón, donde acostumbraba a sentarse cada vez que podía sin importar la hora del día; Hyoga caminó despacio hasta su habitación donde esperaba verla dormir, a fin de cuentas ella sabía mejor que nadie que necesitaba un largo descanso... pero lo que vio a través del hueco de la puerta lo dejó sin habla: Elyn lanzaba golpes al aire, directos, certeros, agotándose cada vez más con cada uno de ellos; el sudor recorría todas las partes de su cuerpo pero aquello era algo que necesitaba conseguir si quería cumplir con los ejercicios del Caballero de Acuario. Como no había entendido muy bien como exteriorizar su poder, el ruso llegó a la conclusión de que lo más importante era que aprendiera a canalizar su cosmos y congelar partículas que no existían a su alrededor para no tener que depender de la cercanía del agua o la nieve, de modo que la única manera de conseguirlo era cristalizando y expandiendo el propio líquido que emergía de su cuerpo.
No obstante, y a pesar de la seriedad con la que la trataba, el corazón del rubio se quebró al verla entrenar con tanto ahínco. Desde aquel ángulo era como volver a ver a Camus, el perfil de la chica era exacto y la larga melena verdosa no hacía más que recordarle que su maestro ya no se encontraba con él. Sin darse cuenta soltó un suspiro y desvió la mirada al suelo, dudando sobre cuánto tiempo duraría presionando de aquella manera a la hija del antiguo Caballero de Acuario:
- ¿Maestro? ¿Está bien?
La voz de la chica lo sobresaltó y al clavar su ojo azul en ella, se topó con la imagen de su Camus a escasos centímetros de su cara. Al parpadear, aquella ilusión había desaparecido:
- S-Sí... sí, claro – mintió – Es solo que... Aún no me acostumbro a todo lo que conlleva que estés aquí.
- ¿Qué quiere decir?
- Eres tan... parecida a Camus que me cuesta asimilarlo. Es... es complicado.
- Al menos tú estuviste a su lado, yo nunca lo conocí.
En el instante en que Elyn abría la boca, la confusión que lo guiaba a pensar en Camus desaparecía. En la muchacha no había rastro de frialdad ni malicia, tan solo era una adolescente de quince años que soñaba con conocer a un padre que murió antes de su nacimiento:
- No tardarás en hacerlo. – la chica lo miró sin comprender y en cierto modo, Hyoga entendía los motivos. – Él te sigue protegiendo, yo puedo sentirlo a tu lado, sobre todo cuando estás en problemas. Camus no se ha separado nunca de ti y algún día lo verás por ti misma.
La muchacha sonrió un tanto sonrojada pero no dijo nada más por lo que el Caballero de Acuario, volvió a arremeter contra ella:
- Pensé que te había dicho que podías descansar.
- Intenté hacerlo, de verdad, pero... no pude, así que me puse a repetir ejercicios que ya sabía.
Hyoga se aguantó las ganas de acabar con aquel sufrimiento, los entrenamientos para ser Caballeros de Atenea eran al comienzo tan abrumadores que los músculos se sobre cargaban hasta tal extremo que para "sentirse vivos" temblaban por si solos generando a su vez, más movimiento y por ello, más dolor para quien lo padecía, quedarse quieto era la peor opción para olvidar el dolor y aquella sensación tardaría todavía bastante tiempo en desaparecer. Cuando el lo experimentó apenas tenía siete años y a esas edad era fácil distraerse, pero Elyn tenía el doble y en el Santuario no había hecho ningún amigo todavía de modo que solo se le ocurrió una cosa:
- ¿Quieres... visitar la ciudad?
***
Los ojos de Elyn jamás habían ido tan rápido de un lugar a otro, su llegada a Atenas se había basado en acudir directamente al Santuario por lo que caminar entre tantísimas personas se le hizo de lo más extraño, hacer turismo no es que fuera de sus pasatiempos favoritos pero por algún motivo, caminar al lado de Hyoga y escuchar todo tipo de anécdotas le fascinó por completo. El Caballero de Acuario se encargó de hacer una ruta en la que no parasen de caminar para que la chica no sintiera los temblores involuntarios de su cuerpo pero en compensación, la llevó por preciosos lugares y le compró toda la comida que fue capaz de engullir. Ella lo escuchaba con suma atención, sobre todo cuando le contaba los grandes sacrificios de los guerreros de Atenea:
- Es un poco... aterrador – confesó la chica comiéndose un helado – ¿Qué sería de mí si estallase una guerra santa ahora? Moriría en el primer asalto.
- Mmm... no lo creo, sabes defenderte.
- ¿Pero te estás escuchando? Has luchado contra... ¡dioses! ¡Y derrotado a los antiguos Caballeros de Oro! Si eso tuviera que hacerlo yo, definitivamente, yo moriría en el primer asalto.
Hyoga se rió, y su gesto le sacó a Elyn una sonrisa sincera, el ruso era mucho más accesible de lo que parecía en un principio y eso la alegró más de lo que admitiría en voz alta. El día pasó rápido por lo que cuando el atardecer empezó a llevarse la luz del día, el ánimo de la chica de Asgard se fue esfumando poco a poco, pensar en la vuelta al entrenamiento le cerró el estómago y eso que aún se encontraba cansada por haber pasado el día caminando...
- ¡EH, TÚ! ¡VUELVE AQUÍ!
Aquel grito provocó que tanto Elyn como Hyoga se dieran la vuelta, de repente una enorme aglomeración de gente trataba de impedirle el paso a un chico que no tuvo dificultad alguna en escapar de todo aquel que le cerraba el paso; era ágil y muy rápido pero había algo en su rostro que...
- No puede ser... – susurró la chica y sin pensarlo, echó a correr tras él.
Su cuerpo se movió por si solo y eso hizo que Hyoga fuera incapaz de detenerla antes de que se perdiera entre la multitud de turistas que se empezaba a desperdigar por dar caza al escurridizo chaval. Trató de llamarla pero la muchacha estaba tan ensimismada en sus pensamientos que ni siquiera lo escuchó.
Elyn giró a toda velocidad por un callejón, su orientación era abrumadora y gracias a haber estado todo el día andurreando por los alrededores de la capital supo perfectamente qué camino coger para dar caza al muchacho; durante su carrera, evitó cubos de basura y todo tipo de obstáculos hasta que consiguió subirse a la azotea de un edificio y de ahí, empezó a saltar de un tejado a otro hasta que dio con el chico que todavía huía de la gente. Ella lo siguió desde arriba, descubriendo que se había vuelto mucho más rápida y que la resistencia de su cuerpo se anteponía al dolor, la adrenalina la dominó y cada salto que daba era mucho más alto y potente que el anterior, sus pies a veces ni siquiera rozaban el suelo antes de que ella volviese a elevarse. La muchacha no tardó en ver un descampado que se abría ante ella como si indicase que la ciudad terminaba en aquellos límites, la luz del sol casi había desaparecido por lo que consideró que ya era hora de detener al escurridizo ladronzuelo: sin pensarlo dos veces, saltó al vacío y le cortó al chico la retirada. Posicionó las manos para controlar el escaso líquido de su alrededor pero antes de que pudiera hacer nada, el muchacho derrapó y la esquivó sin el menor problema consiguiendo además, un impulso extra. Ella se quedó patidifusa pero el instinto le dijo qué hacer, Elyn controló la forma del agua y la congeló justo debajo de los pies del chaval, consiguiendo que este resbalara y chocara contra un montón de bolsas de basura a las puertas del descampado:
- ¡Está bien, está bien, me rindo! – Rió él sumido en una carcajada – ¡Tú ganas, Elyn!
- ... ¿M-Missioh?...
Sus sospechas se confirmaron al oírlo reir, Elyn conocía aquel chico: Missioh era su mejor amigo, aquel con el que había convivido durante muchos años en Asgard... hasta que de repente, un día desapareció. Seis años habían pasado desde entonces pero la cara del chico apenas había cambiado. Mix, como ella solía llamarlo, era unos meses más pequeño que ella; su pelo corto y despuntado estaba coloreado, al igual que sus ojos, de un potente color rojo salvo por los dos mechones laterales que caían por su cara siendo completamente albinos; su piel era pálida como la nieve y contrastaban con sus oscurísimas pestañas. Aunque descubrió que ahora llevaba un piercing bajo el labio inferior, otro en la lengua, en la ceja izquierda y casi una decena entre las dos orejas:
- Pareces un colador... – apuntó ella ayudándolo a levantarse.
- Yo también me alegro de verte ¿eh? – respondió él, tratando de hacer sentir mal a su amiga pero al final acabó por sonreirle derritiendo el corazón de Elyn – ¿Qué haces aquí en Grecia?
- V-Vivo en el Santuario.
- ¿Al final... te has hecho... servidora de Atenea?
La chica iba a responder pero de repente, una persona saltó del edificio colindante al descampado y aterrizó justo detrás de ella. Aquel desconocido llevaba un poncho de tono terroso con una enorme capucha que ocultaba su rostro y por un instante, los dos amigos se quedaron con el corazón encogido, preguntándose quién podría tener semejante habilidad:
- Al fin te encuentro, jovencita – dijo el hombre quitándose la capucha. – Menudo revuelo has formado en el Santuario. No sé como a Hyoga no le ha dado un infarto todavía.
Elyn quedó maravillada ante aquel... ¿chico? ¿chica? Fuera quien fuera tenía los ojos verdes, puros como la mismísima naturaleza junto a una melena verdosa que caía despeinada sobre sus hombros; su rostro, era sin lugar a dudas el más hermoso que había visto nunca y la dulzura que desprendía su voz parecía sacada del propio Olimpo:
- ¿Y tú quién eres? – quiso saber la muchacha aún así.
- Un Caballero de Oro... Shun de Virgo ¿verdad? – respondió Missioh con una media sonrisa mirando al hombre de arriba a abajo – Se de alguien que te envía saludos.
Y con un suave movimiento de muñeca, una rosa de cristal emergió de su mano derecha. Justo antes de lanzarla contra el suelo, Missioh le dedicó una última mirada a su amiga de la infancia y se marchó de allí echando a correr, sin que nadie más se opusiera y perdiéndose en la oscuridad de la noche. La flor se quedó clavada a escasos centímetros del Caballero de Virgo mientras sus ojos verdosos permanecían fijos en aquel clarísimo mensaje.
La vuelta a casa fue silenciosa y no fue hasta casi al entrar al Santuario cuando el Shun rompió su silencio para hablar con la chica de Asgard:
- ¿Quién era ese niño?
- Su nombre es Missioh... durante muchos años, Mix fue mi único amigo en Asgard pero desapareció de la noche a la mañana y no volví a saber de él hasta hoy. ¿Ocurre algo malo?
- No, en absoluto, solo sentí curiosidad.
Elyn descubrió que el guardían de la Casa de la Virgen no decía la verdad y muchas preguntas se agolparon en su mente, su boca quería preguntarlas todas a la vez, sin embargo, la intervención histérica de Hyoga impidió que la chica pudiera preguntar qué clase de enemigos podía tener aquel Caballero tan puro, que intentaba por todos los medios apaciguar la ira de Hyoga, y que además... estuviera relacionado con alguien como Missioh.