La chica de Asgard

- ¡Aw, no puedo más! – gritó Elyn con toda la fuerza de sus pulmones.
Tras soltar toda su frustración, la chica continuó su camino subiendo las miles de escaleras que formaban el camino del Santuario, su destino quedaba a tan solo un par de templos y aunque tenía en mano el pergamino que autorizaba su paso por todos ellos, nadie había salido a su encuentro para preguntar qué hacía una una adolescente de Asgard en el Santuario de Atenea. Cuando atravesó el templo de Sagitario, la chica se detuvo un instante: aquel lugar debía estar custodiado por Seiya de Sagitario y aunque se alegraba de no haber tenido que explicarle a su guardián por qué estaba allí, una parte de su corazón se entristeció por no haberlo conocido:
- Quizá si me quedo aquí consiga verle algún día. – Susurró con esperanza.
Y así avanzó, sin toparse con un solo caballero dorado y sin ningún tipo de peligro hasta que sus ojos de color violeta se encontraron con la última tanda de escaleras que debía afrontar antes de plantarse frente al templo de Acuario. El viaje no había sido difícil pero lo más duro de soportar había sido sin duda el sofocante calor que empapaba su nuca desde bien temprano y que había conseguido que por primera vez en su vida, se recogiera su larga melena, repleta de tonos azules y verde oscuro, en un moño descuidado con tal de evitar el acaloramiento... pero por fin se hallaba ante su destino y presa de la absoluta adrenalina, echó a correr para llegar allí lo antes posible.
Al verlo de cerca, el corazón de Elyn latió con fuerza y repleto de emoción: era bastante pequeño si lo comparaba con los demás pero a su vez, le pareció que era el más elegante;  la chica luchó con todas sus fuerzas para no llorar a pesar de que sus ojos se llenaron de lágrimas, no podía creer que finalmente hubiera llegado a las puertas de la undécima casa de los Caballeros de Atenea. Durante un instante se quedó quieta, recuperando el aliento y sin dejar de admirar el edificio que había ante sus ojos. Fue entonces cuando un Caballero de Oro acudió a su encuentro como si estuviera más que previsto que ella llegara a aquella hora del día: se trataba de Hyoga de Acuario y resultó ser mucho más intimidante de lo que ella imaginaba, sus ojos azules mostraban una expresión seria y la armadura dorada obligó a la chica a entre cerrar los ojos al ser bañada por el sol. Aún con ello, Elyn puso finalmente en práctica el sermón que llevaba días practicando:
- Muchas gracias por autorizar mi visita – recitó mostrando el pergamino sellado por la mismísima Atenea y realizando una reverencia ante el rubio– Mi nombre es Elyn, no estoy segura de cuanta gente recibe al día pero soy...
- Aquella que quiere convertirse en la aprendiz de Acuario ¿no es así?
Ella asintió un poco perpleja ante la interrupción, la mirada de aquel Caballero le indicó un inminente peligro. Tragó saliva, un tanto atemorizada:
- ¿De dónde vienes? – le preguntó Hyoga de forma hostil.
- De Asgard, sé que puede resultar extraño pero...
- Vuelve a casa. No tienes nada que hacer aquí.
El corazón de Elyn se detuvo ante aquellas palabras pero su mente, por el contrario, estalló en un sinfín de emociones que salieron por su boca a toda velocidad:
- ¡Eh, eh! ¡¿Por qué?! ¡Envié mi petición y la Diosa me autorizó para llegar hasta aquí! ¡Quiero ser  un Caballero de Acuario! ¿Qué baremo tiene para decirme que me vaya sin haber comprobado mi valía?
- Asgard tiene sus propios guerreros. No tengo nada más que decir.
- ¡Pero...!
En aquel momento, los ojos de Hyoga congelaron sus quejas de manera tajante y acto seguido, el hombre dio media vuelta y se perdió en la oscuridad de su templo dejando a la muchacha sin habla hasta que su mente asimiló lo que había pasado:
- Estará de broma ¿no?...
Pero el tiempo pasó y el Caballero de Oro no volvió a aparecer, Elyn  decidió sentarse al pie de las escaleras hasta saber qué hacer: por un lado no quería darse por vencida, ansiaba demostrar que podía ser una buena combatiente bajo la supervisión de Atenea aunque cierto temor se adueñaba de su interior cuando pensaba en enfrentar a Hyoga; por otra parte, la forma en la que el guardián de Acuario la había tratado hacían que quisiera volver a casa y olvidarse de formar parte de aquel lugar. Las lágrimas emergieron varias veces de sus ojos, a veces por la pena y otras por pura impotencia. 
Al anochecer, tomó la decisión de volver a Asgard aceptando que jamás estaría bajo la protección de la diosa. La pesadez y la desilusión se reflejaban en sus pasos, escalón tras escalón, mientras su interior se descomponía por tener que abandonar el Santuario. Así caminó hasta que una sombra frente a ella le cortó el paso, Elyn alzó la mirada encontrándose con un hombre de cabello castaño y puntiagudo, vestido con vaqueros y una camiseta de tirantes roja. Cuando sus miradas se encontraron, la chica sintió un escalofrío recorriéndole la espalda a pesar de que él la miraba con una amable sonrisa:
- ¿No es un poco tarde para volver?
- Sé cuidar de mi misma – susurró ella pasando por su lado.
- No me cabe duda ¿pero a dónde vas?
- Vuelvo a casa.
- ¿En serio? ¿No te quedas aquí? – Aquella persona parecía extrañada pero Elyn estaba tan desencantada que no quiso prestarle más atención – y ¿de dónde vienes?
- De Asgard. - contestó sin embargo, deteniendo su avance.
- ¿Y por qué una chica de Asgard quiere ser un Caballero de Atenea?
Ella se giró para ver al hombre que había dejado atrás, él la estaba mirando, sorprendido –como ocurría con todo aquel que descubría su procedencia– pero no había rastro de la hostilidad que Hyoga había desprendido nada más saber aquel detalle. Por algún extraño motivo, Elyn se quedó allí quieta, bajo el techo del templo de Sagitario, pensando si merecía la pena responder o no a la pregunta que le hacía el desconocido:
- Mi padre fue un Caballero de Oro. – confesó, sabiendo que daba igual si la creían o no – Solo quería seguir sus pasos.
El hombre que la observaba sonrió mucho más, como si aquella información hubiera sido más que suficiente, la chica pensó que hubiera sido perfecto si Hyoga hubiese actuado como aquella persona:
- ¿Quién era tu padre, chica de Asgard?
La brisa nocturna permitió que ella se pensara un poco la respuesta, siempre había alardeado del nombre de su padre pero en Asgard nadie le hacía caso, sin embargo aquel desconocido parecía estar sumamente interesado en dicha información así que... ¿contestarle cambiaría las cosas o tan solo le haría ilusiones para luego destrozarlas al igual que el Caballero de Oro que la había recibido? Ella dirigió sus ojos primero al suelo y después, al undécimo templo que se veía en la lejanía:
- Camus de Acuario.