Elyn contempló con impotencia el enfrentamiento de su maestro con el que había sido su mejor amigo. Ver a Missioh sumido en una batalla contra un Caballero de Oro le llenaba el corazón de angustia, hacía muchos años que no lo veía y aunque podría ser que el chico fuera totalmente diferente a lo que ella recordaba... aún mantenía la esperanza de que no fuera así. Sus recuerdos no dejaban de mostrarle la sonrisa de Mix, siempre llena de picardía a pesar de su trágica vida; jamás se había metido en problemas y había defendido a todo el mundo aunque él saliera perjudicado. "No puede ser verdad..." se decía a sí misma pero un atisbo de duda brillaba en su interior ¿cómo era posible que el chico tuviese aquella destreza para el combate? ¿Cómo había conseguido una armadura repleta del poder de Hades? ¿Sería cierto que él era ahora la nueva reencarnación del dios de Inframundo? La chica se negó a creerlo con todas sus fuerzas, una nueva Guerra Santa no podía estallar ahora. "Es imposible, no han pasado los doscientos años que separan cada una de esas batallas... Hades no ha podido regresar tan deprisa."
Hyoga, por su parte, sentía la presión de acabar con el muchacho que tenía delante lo antes posible. El cosmos de Hades brillaba con intensidad a su alrededor pero por alguna extraña razón, algo era distinto a la batalla que recordaba en los Campos Elíseos; no obstante, prefirió no hacer caso a la voz interior que le pedía calma y optó por dejarse la piel en destruir a su rival por muy joven que fuera. Lo atacó varias veces pero en ninguna tuvo suerte, el chico era rápido y con una armadura tan reducida era mucho más difícil acertarle de lleno. Por fortuna, en un veloz movimiento consiguió atraparlo y lanzarlo contra la estatua de los antiguos Caballeros que se resquebrajó completamente ante el impacto del cuerpo del muchacho. Missioh gritó dolorido y finalmente, realizó un ataque ofensivo cuando vio a Hyoga echarse sobre él:
¡¡PICADURAS OSCURAS!!
El anillo que llevaba en el dedo índice se transformó en un aguijón metálico del cual, salieron disparadas trece púas que impactaron en el cuerpo del Caballero de Acuario. Shun contuvo el aliento, de repente del aura de Hades se había disipado para dejar que otra energía envolviera el ataque del chico... Pero aquello tan solo duró un instante, el necesario para hacer dudar a Hyoga sobre el enemigo que tenía delante. Gracias a ese lapsus de duda, una picadura dio en el blanco, justo en un hueco desprotegido del brazo izquierdo del ruso. Hyoga se detuvo en seco al sentir que su extremidad había dejado de moverse como si a un títere le hubieran cortado el hilo que le daba fuerza. Miro al chico con desconfianza, había algo familiar en aquella técnica y por ello, mantuvo la distancia por si se le ocurría volver a atacar:
- Por favor, ríndete – le pidió Missioh, jadeando desde el suelo y la sorpresa invadió el rostro de su oponente en un segundo – Sino lo haces, la marca terminará matándote.
Hyoga se miró el brazo y efectivamente, había una mancha oscura creciendo poco a poco por toda la piel. Supo que la advertencia podía ser cierta, la cicatriz iba dejando su cuerpo sin sensibilidad allí por donde se expandía, arrebatándole la posibilidad de realizar cualquier ataque. Una sonrisa burlona se dibujó entonces en su cara, no estaba dispuesto a ceder ante un crío:
- Propio de ti, Hades, pero ya deberías saber que los Caballeros de Atenea no nos rendimos ante nadie.
En aquel instante, el cosmos de Hyoga se alzó con una fuerza descomunal, algo tan potente que la onda expansiva arrinconó a Missioh contra la estatua de la plaza. Cuando quiso darse cuenta, la mano derecha del Caballero de Acuario se aferraba a su cuello y lo obligaba a levantarse. El miedo podía verse en las pupilas rojizas del muchacho y sentirse en las palabras que salieron de su boca:
- No es lo que piensas, Acuario... Deja que te...
- Parece que llevaste a cabo tus planes antes de tiempo, menudo debilucho... ¿o es que acaso el ansia de poder te ha nublado el juicio?
- ¡DETENTE, HYOGA! – Gritó Elyn.
- No permitiré que nos engañes otra vez. – Expuso el guerrero dorado, ignorando a la chica.
El ruso golpeó al chico con el puño cerrado en el estómago, la sangre brotó de la boca de Mix y tiñó la nieve cercana a él. Hyoga lo lanzó contra el suelo siendo tal la violencia que el muchacho no tuvo fuerzas para volver levantarse:
- ¡PARA HYOGA, DÉJALE! – continuó gritando la muchacha aún paralizada por el cosmos de Shun. – ¡Odín no habría permitido que alguien de Asgard fuera el recipiente de Hades! ¡No después de haber visto lo que hizo Loki! ¡DÉJALE EN PAZ, HYOGA!
Pero el guerrero de Atenea solo podía pensar en dar muerte al Dios del Inframundo ahora que estaba en un cuerpo sumamente débil, sabía que si lo dejaban escapar por misericordia no podrían destruirle, ahora era el momento de acabar con él aunque eso implicara dar muerte al mejor amigo de Elyn. El Caballero se agachó y agarró con furia el cabello rojizo de Mix para levantarlo como había hecho antes para después, volver a lanzarlo hacia el centro de la plaza, lejos de la estatua y a una distancia lo suficientemente buena como para matarlo con su próximo ataque:
- ¡POR FAVOR, HYOGA, DÉJALO! – las lágrimas emergían de los ojos de Elyn mientras su cuerpo seguía sin poder moverse – ¡PARA, HYOGA...!
- Vuelve al infierno del que viniste, Hades.
- ¡¡HYOGA!!
El ataque del Caballero de Oro salió disparado sin vacilación al grito de " Polvo de Diamante" aún con un brazo inmovilizado por completo. Sin embargo, una luz cegadora que bajó de los cielos detuvo la ventisca envolviendo no solo el cuerpo de Elyn sino también el de Missioh. Hyoga y Shun se cubrieron los ojos del azulado destello y al cabo de un instante, la luz desapareció dejando a la vista a la chica de Asgard totalmente liberada de la presión del cosmos del Caballero de Virgo, delante de su amigo, protegiéndolo gracias a un remolino de cristales flotando a su alrededor: Elyn vestía una armadura sacada del mismísimo hielo que tornasolaba en una misma gama de tonos turquesa, llevaba cristales violáceos incrustados y un larguísimo collar de cuentas desiguales que flotaban a su alrededor... sin embargo, hubo algo que dejó a Hyoga totalmente bloqueado al ver la armadura en su totalidad, la muchacha portaba una versión simplificada de la tiara de Camus así como varios relieves idénticos a la armadura dorada que él vestía. Ni el ni Shun habían visto jamás nada igual pero sin duda la energía que desprendía aquella armadura sobre pasaba el poder de los Caballeros de Oro de Atenea. La mirada de la chica era fría como el más profundo glacial pero aún con ello, Hyoga no se amedrentó en absoluto:
- Hazte a un lado, Elyn.
- Solo te lo pediré una vez más. Por favor, déjale.
- Hazte a un lado, Elyn. – Pero ella no lo hizo y tanto su mirada como su posición se fijaron mucho más.
Hyoga aceptó el reto y lanzó de nuevo, sabiendo que sería la última vez que lo hacía, su "Polvo de Diamante". La potencia de su ventisca no había disminuido un ápice y la muchacha la esperó con fiereza. En el momento indicado, Elyn alzó la mano y de repente, toda la nieve que bailaba a su alrededor se fusionó con toda la fuerza del ataque de su maestro, después de eso, Elyn provocó una pequeña explosión que anuló por completo el ataque de Hyoga. El guerrero de Atenea palideció ante los sucedido, percantándose de que aquella armadura y la nieve de la región protegerían a la muchacha por encima de todo. La visión del Caballero se nubló, la marca había empezado a extenderse más allá de su torso y empezaba a llegar a las piernas; sin fuerzas, esperó a que sus rodillas se doblaran para caer finalmente frente a su aprendiz:
- ¡No te muevas, Shun! – Ordenó la chica al sentir que el Caballero de Virgo pretendía ayudar a su amigo – Missioh tiene algo que decir ¿¡Por qué Hyoga?! ¿¡Por qué nunca quieres escuchar a nadie?!
- No podemos permitir que nos engañe más... Somos Caballeros de Athena, hemos de luchar por su seguridad y quién se posicione al lado de sus enemigos, sufrirá las consecuencias.
- ¿Esa es tu respuesta? ¿Y qué pasa si soy yo? ¿Me matarás a mí aún siendo la hija de Camus?
Se produjo entonces un silencio, el más pesado y tenso que Elyn había sentido en su vida. Tan solo el latido de su corazón parecía resonar en el ambiente, nerviosa ante la respuesta que su maestro podía entregarle:
- Si. Aun siendo la hija de Camus.
Hyoga cerró los ojos y pronunció cada palabra con la sonrisa más derrotada que había mostrado al mundo en años. Le dolía tener que dar aquella respuesta a la hija de su adorado maestro pero no le quedaba más alternativa, al fin y al cabo, él ya había atacado con todas sus fuerzas al propio Camus para abrirse paso en la batalla de las doce casas, sabía que si se presentaba la situación volvería a levantar el puño con él y su descendiente. De modo que, alzó la cabeza buscando la mirada de Elyn, esperando que aquella contestación le abriera los ojos a la muchacha, suplicando que con tal declaración su voluntad se doblegara y entendiera hasta donde llegaba la devoción que los Caballeros de Oro sentían por Atenea pero en su lugar, se topó con una imagen muy distinta: los ojos violeta de Elyn dejaron de brillar por la pena y se volvieron fríos, distantes, repletos de algo que siempre había repudiado en Camus... indiferencia:
- Entonces, muere por Atenea, Hyoga – escupió la chica.
El guerrero dorado se quedó perplejo, enmudecido porque aunque su aprendiz había deseado su muerte no se había movido para atacarlo. Fue entonces cuando su cuerpo le dio la respuesta, la marca del ataque de Missioh se hacía cada vez más grande y ocupaba más y más espacio en su piel, ya había sobrepasado casi todas sus extremidades por lo que comenzaba a cerrar huecos hasta subir por su cuello. Elyn no iba a matarlo como él tenía pensado sino que iba a dejar que su propio orgullo acabara con su vida, él mismo tenía la opción de rendirse ante Mix y acabar con la marca que lo consumía pero el instinto de Hyoga se negaba a darle la razón al Dios del Inframundo por mucho que una vocecita le pidiera lo contrario. Clavó su iris azulado en Elyn, ella le devolvía la misma impasible mirada que Camus lo había dedicado tiempo atrás, era su viva imagen y con aquella extraña armadura, se parecían todavía mucho más. Los dos parecían témpanos de hielo a los que no le importaba si moría o vivía. Por un momento, se planteó disculparse, no por miedo a morir sino porque realmente se vio en la obligación de hacerlo. Su corazón se arrepentía de haberse vuelto en contra de la muchacha que tan solo quería proteger a su amigo de la misma manera que él lo había hecho con los suyos. La historia parecía repetirse, en el pasado el ruso había dado hasta el último aliento por sus compañeros de armas y a pesar de haber jurado no cometer con otros los mismos errores que los Caballeros de Oro cometieron con ellos... allí estaba, atentando contra la hija de su maestro y aceptando la muerte por tal de no ceder.
Mientras la vida de Hyoga se consumía, Elyn se giró para ayudar a su amigo a levantarse. Missioh la observó, sorprendido por el brillo azulado que desprendía su nueva armadura y sobre todo, abrumado por la devastada mirada de la chica. Elyn dejaba escapar una lágrima y se mordía el labio inferior para ocultar el dolor que sentía su corazón por permitir que el discípulo de su padre muriese ante ella por orgullo. Mix no lo podía permitir y tampoco podía soportar ver por más tiempo a la adolescente sufrir. Clavó los ojos en Hyoga y sopesó la idea de retirarle la marca sin necesidad de una rendición, él podía hacer aquello ya que obligar al enemigo a rendirse no era más que un farol. La marca era mortal, sí, pero permitir que se completara era cuestión de que él lo quisiera o no. Quiso apartar a Elyn de su camino para perdonar la vida del Caballero de Acuario pero la chica se adelantó a sus pensamientos:
- No lo hagas.
- Entonces ¿lo dejarás morir?
- Él se lo ha buscado – se defendió ella – Es culpa suya.
- ¡Ya basta! ¡Un aprendiz jamás debería permitir la muerte de su maestro! – intervino Shun, sin poder soportar más la situación y corrió hasta colocarse al lado de Hyoga. – Nosotros estamos dispuestos a morir por Atenea pero esto... ¡esto es imperdobable por tu parte, Elyn!
- ¡NO LE DES LA VUELTA A LA SITUACIÓN, SHUN! – le gritó la chica, echa una furia – Esto no es luchar por Atenea, no trates de encubrir vuestro egoísmo con esa mentira... ¡Mix ha tratado de explicar algo y ninguno lo habéis dejado hablar! ¡Le he dado la opción a Hyoga de escucharlo y no ha querido! Si ahora esa marca se lleva su vida es por decisión propia ¡no por devoción a vuestra diosa!
- ¡Cuida tus palabras, niña! ¡Tú no lo entiendes porque eres de...!
Pero Shun no llegó a acabar su frase, había perdido por unos segundos el control ante la idea de perder a Hyoga pero el cambio de expresión en el rostro de Elyn le indicó la magnitud de sus palabras. La situación le dolió infinitamente más que si hubiera golpeado a la chica con sus propias manos porque sabía que lo que había estado a punto de decir no era verdad:
- Porque soy de Asgard ¿verdad?... – terminó ella con un amargo tono.
- Elyn, no...
- Tranquilo. No te molestes – zanjó ella – Enfréntame si quieres o vuelve a Grecia, esto no os incumbe. Hyoga lo dijo, Asgard no es asunto vuestro.
Shun estaba a punto de replicar cuando de pronto, una nueva persona apareció en la plaza. Un hombre envuelto en una capa de color oscuro cuyo rostro quedaba oculto por una enorme capucha; no obstante, sus cabellos ondulados de color celeste asomaban por los lados y una angelical voz, endulzada por un suave olor a rosas, se antepuso ante la conversación de Elyn y el Caballero de Virgo:
- Ah... Tan obstinados como siempre. Por favor, dejad de pelear.
- No puede ser... – murmuró Shun mientras el hombre levantaba la capucha para dejar a la vista su rostro divino – Tú eres...
Unos ojos azules como el mar quedaron a la vista, al igual que sus labios rosados y un lunar en el lado izquierdo del rostro. La elegancia personificada avanzaba hasta ellos hasta posicionarse al lado de Hyoga a quien apenas le quedaban unos centímetros de piel en la frente para sucumbir finalmente a la marca de Mix. El recién llegado se arrodilló y sin vacilación alguna, besó la zona de la frente que aún no había sido manchada. La marca se detuvo y al segundo, comenzó a retroceder hasta ir desapareciendo:
- Ha pasado mucho tiempo, Caballero de Andrómeda. – dijo el hombre mientras se levantaba para clavar su mirada en la hija de Camus.
- ¿Quién eres tú? – quiso saber Elyn.
- Uno de los antiguos Caballeros de Oro, señorita... Afrodita de Piscis.